jueves, 9 de julio de 2020

Las lenguas. Juan José Millás.

Es sabido que los habitantes de Babel, una vez confundidas sus lenguas, se dividieron en grupos que partieron en direcciones diferentes para repoblar la Tierra. La Biblia no dice si había grupos, valga la contradicción, de una sola persona. Pero nosotros queremos imaginar que en aquel reparto lingüístico hubo lenguas que sólo hablaba un individuo: los solitarios del mundo, los malditos, los incomprendidos. Hombres o mujeres que hablaban sin que nadie los entendiera y sin que ellos entendiera a los demás. Aquellas almas partieron solas y fundaron países de un solo hombre o de una sola mujer con su constitución y sus semáforos y su ganadería y su gramática y su gastronomía y su medicina natural y su urbanismo.
Una lengua de este tipo, dado que las palabras sirven para comunicarse, puede parecer un peine sin púas. Pero se trata de algo más dramático (o quizá más hermoso). Si dispones de una lengua, por rara que sea, ¿cómo evitar utilizarla? Hablas contigo mismo, con el armario de tres cuerpos, con la mesa camilla, con la nevera, con el polvo, con las sábanas… Pero hablas. Hasta es posible que te dé por escribir. ¿Se imaginan a alguien escribiendo una obra maestra que nadie, excepto su creador, podrá leer? El caso es que hay en la actualidad un número notable de lenguas habladas por un solo individuo y otras tantas en trance de extinción. Todos los días desaparece algún idioma como desaparece una especie animal o vegetal. Estamos en pleno proceso de implosión.
Las lenguas de un solo individuo se están convirtiendo en una especie de atracción turística. Los estudiosos de todas las universidades del mundo acuden a visitar a estas personas, por lo general ancianas, y les piden que hablen. Hay una fascinación difícil de entender en esa escucha, como en los idiomas particulares creados por algunos hermanos gemelos. La división de lenguas, tal como aparece en la Biblia, parece una maldición, pero fue un milagro. Gracias a ella somos conscientes del valor del idioma. Si todos habláramos el mismo, la lengua habría devenido en algo biológico, a la altura del hígado. Pero el hígado sería interesante si lo poseyera un solo hombre.

Articuentos escogidos, 2012. 


 

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