jueves, 30 de julio de 2020

Capítulo 4: El día decimonono. Ursula K. Le Guin.

Una historia oriental de Karhide, tal como fue contada en el hogar Gorinherin por Tobord Chorhava, y registrada por G. A. 93/1492.

El señor Berosti rem ir Ipe vino a la fortaleza Dangerm y ofreció cuarenta berilos y medio año de la cosecha de sus huertas como precio de una profecía, y el precio era adecuado. Se hizo la pregunta al tejedor Odren, y la pregunta era: ¿En qué día moriré?
Los profetas se reunieron y fueron juntos a la oscuridad. Al fin de la oscuridad Odren dijo la respuesta: Morirás en odstred (el día decimonono de cualquier mes).
—¿En qué mes? ¿Dentro de cuántos años? —gritó Berosti, pero el lazo estaba roto, y no había respuesta. Berosti corrió entrando en el círculo y tomó al tejedor Odren por el cuello sofocándolo y gritando que si no recibía otra respuesta le quebraría el pescuezo al tejedor. Llegaron otros que lo apartaron y lo sujetaron, aunque Berosti era un hombre fuerte. Luchó entre las manos que lo sostenían y gritó:
—¡Dame esa respuesta!
—Ya ha sido dada, y el precio ha sido pagado. Vete —dijo Odren.
Furioso, Berosti rem ir Ipe regresó a Charude, el tercer dominio de la familia, un sitio mísero en el norte de Osnoriner, que Berosti había empobrecido todavía más para pagar el precio de una profecía. Se encerró en las habitaciones fortificadas, las más altas de la Torre del Hogar, y no salió de allí, por causa de amigos o de enemigos, en tiempos de recoger o de sembrar, de kémmer a aplazamiento, todo ese mes y el próximo, y así pasaron seis meses, y diez meses, y Berosti continuaba encerrado como un prisionero en aquellas habitaciones, esperando. En onnederhad y odstred (los días decimoctavo y decimonono del mes) no comía, no bebía, y no dormía.
El kemmerante de Berosti por amor y votos era Herbor del clan Gueganner. Herbor llegó a la fortaleza Dangerm en el mes de grende y le dijo al tejedor:
—Quiero una profecía.
—¿Qué tienes para dar? —preguntó Odren, pues vio que el hombre estaba pobremente vestido y mal trazado, y que el trineo era viejo, y todo en él necesitaba algún remiendo.
—Daré mi vida —dijo Herbor.
—¿No tienes algo más, mi señor? —le preguntó Odren, hablándole ahora como a un hombre de la nobleza—, ¿ninguna otra cosa?
—No tengo nada más —dijo Herbor—, pero no sé si mi vida tiene aquí algún valor para vosotros.
—No —dijo Odren—, no tiene valor para nosotros.
Entonces Herbor cayó de rodillas, golpeado por la vergüenza y el amor, y le gritó a Odren:
—Te ruego que respondas a mi pregunta. ¡No es para mí!
—¿Para quién entonces? —preguntó el tejedor.
—Para mi señor y kemmerante, Ashe Berosti —dijo el hombre, y sollozó—. No tiene amor ni alegría, ni señorío desde que vino aquí y le dieron esa respuesta que no es una respuesta. Morirá de eso.
—Sí, claro está, ¿de qué muere un hombre sino de su propia muerte? —preguntó el tejedor Odren. Pero viendo la pasión de Herbor se sintió conmovido, y dijo al fin—: Buscaré una respuesta a tu pregunta, Herbor, y no pediré precio. Pero recuérdalo, siempre hay un precio. Quien pregunta paga lo que tiene que pagar.
Herbor se llevó las manos de Odren a los ojos, en señal de gratitud, y los profetas se reunieron y entraron en la oscuridad. Herbor fue con ellos e hizo la pregunta, y la pregunta decía: ¿Cuánto vivirá Ashe Berosti Tem ir ipe? Pues Herbor pensaba que de este modo le dirían el número de días, de años, y que ese conocimiento daría una cierta paz al amado Ashe. Luego los profetas se movieron en la oscuridad y al fin Odren gritó de dolor, como si se hubiese quemado en algún fuego: ¡Más que Herbor de Gueganner!
No era la respuesta que Herbor esperaba, pero era la que había obtenido, y siendo de corazón paciente volvió al hogar de Charude, cruzando las nieves de Grende. Entró en el dominio, fue a las fortificaciones y subió a la torre, y allí encontró al kemmerante Berosti, pálido y distraído como siempre, sentado junto al fuego de cenizas, los brazos descansando sobre una mesa de piedra roja, la cabeza hundida entre los hombros.
—Ashe —dijo Herbor—, he estado en la fortaleza de Dangerm y los profetas me respondieron. Les pregunté cuánto vivirías y la respuesta fue: Berosti vivirá más que Herbor.
Berosti alzó la cabeza, lentamente, como si se le hubieran endurecido las vértebras del cuello, y dijo:
—¿Les preguntaste entonces cuándo moriré?
—Les pregunté cuánto vivirás.
—¿Cuánto? ¡Idiota! Tenías una pregunta para los profetas y no les preguntaste cuándo voy a morir, el día, el mes, el año, cuántos días me quedan, ¡y les preguntaste cuánto! ¡Oh idiota, condenado idiota, más que tú, sí, más que tú! —Berosti alzó la mesa de piedra como si hubiese sido una lámina de hojalata y la arrojó sobre la cabeza de Herbor. Herbor cayó, con la piedra encima. Berosti se quedó allí de pie, un rato, confundido, y al fin levantó la piedra, y vio que Herbor tenía el cráneo destrozado. Puso de nuevo la piedra sobre el pedestal, se acostó junto al hombre muerto, y le echó los brazos alrededor, como si estuvieran en kémmer. Así los encontró la gente de Charude cuando irrumpieron en el cuarto de la Torre. Berosti se había vuelto loco, y tuvieron que encerrarlo, pues se pasaba las horas buscando a Herbor, a quien imaginaba en algún sitio del dominio. Vivió así un mes, y luego se suicidó ahorcándose, en ostred, el día decimonono del mes de dern.

La mano izquierda de la oscuridad

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