Hay vicios cuyo origen tienen día, mes y año. El 6 de noviembre de
1492 Cristóbal Colón anotó en su diario la primera referencia al
tabaco de la que tenemos noticias. Pero el almirante no fumaba. Fue
uno de sus marineros, Rodrigo de Jerez, que como su propio nombre
indica era de Ayamonte (Huelva), quien pasó a la historia por ser el
primer europeo que fumó, que le gustó, que se enganchó y que tuvo
que pasar el síndrome de abstinencia en la cárcel.
A Cristóbal Colón
se le pueden echar en cara muchas cosas, y una de ellas, y visto lo
visto con la distancia de cinco siglos, es haber traído el tabaco de
América. Sin Colón no habría sido posible el gazpacho, ni la
tortilla de patatas, pero lo malo es que con los tomates y las papas
también vino el tabaco. Aquel 6 de noviembre Colón escribió que
mucha gente, hombres y mujeres, iban con un tizón en las manos; un
tizón relleno de hierbas que chupeteaban con fruición y que luego
les hacía expulsar humo por la boca. Y eso lo apuntó en su diario
porque así se lo explicaron dos de los hombres a los que envió a
darse un garbeo.
El tabaco lo
descubrieron en Cuba, cómo no. Hacía apenas un mes que Colón y sus
chicos habían llegado al Caribe y andaban de isla en isla bicheando,
oliendo a ver si daban con las especias que buscaban, pimienta y
canela sobre todo. Cuando recalaron en Cuba, Colón hizo lo habitual:
enviar a dos de sus hombres de avanzadilla a que se dieran una vuelta
por la isla y luego le contaran qué se cocía y de qué iban los
indios. Aquellos dos comisionados fueron Luis de Torres y Rodrigo de
Jerez, que allá donde paraban, entre fiestas y agasajos, les
ofrecían un tizón para que lo chuparan.
Cuando volvieron al
campamento base ya iban fumando como carreteros, y a Colón le
explicaron cómo era ese tizón más o menos con estas palabras:
«Unas hierbas secas, metidas en una cierta hoja, también seca, que
los indios encienden por una parte y por la otra chupan o sorben para
dentro el humo». Eso lo traslada Colón a su diario y pasa a ser la
primera descripción de la acción de fumar y de lo que es un
cigarro.
Comprobaron también
que todo lo que se puede hacer con el tabaco ya lo habían chequeado
los indios. Unos fumaban las hierbas envueltas, otros las mascaban,
los sacerdotes inhalaban el humo con pipa para comunicarse con los
dioses, y los de más allá machacaban la hoja hasta pulverizarla
para poder esnifarla en plan medicinal, exactamente lo mismo que se
hacía en Europa siglo y pico después, solo que lo llamaban rapé.
La planta del tabaco
vino a España en el regreso del primero de los viajes de Colón.
Llegó en la carabela la Niña con Rodrigo de Jerez, que fue el que
empezó a extender el vicio en su pueblo, en Ayamonte, con la
tontería de hacer demostraciones de cómo liarse un puro. El pionero
Rodrigo está tan aceptado mundialmente como el primer fumador
moderno, que en Nicaragua hay una marca de puros que se llama así,
Rodrigo de Jerez.
Los ayamontinos, por
tanto, fueron los primeros en España en echarse un pitillito. Hubo
cierta alarma en el pueblo, y alguno de sus paisanos lo denunció
ante la Inquisición por hacer brujería, porque solo el diablo podía
dar a un hombre el poder de echar humo por la boca. La Inquisición
estuvo de acuerdo en que aquello era cosa del demonio y lo metió en
prisión. Siete años de cárcel por fumar le cayeron a Rodrigo de
Jerez. Cuando salió, sin embargo, media España estaba fumando. La
vida es muy injusta, y ser precursor en algo, lo que sea, acarrea sus
riesgos.
El vicio no tardó
en extenderse por Europa. Dicen que ningún otro hábito se ha
propagado tanto ni tan rápido. Dos siglos después de aquel primer
cigarrito de Rodrigo de Jerez toda la humanidad conocía el tabaco y
todo el mundo, de toda condición, tenía acceso a él. Al principio
se extendió con la excusa de que el tabaco tenía un uso
terapéutico, pero la disculpa se desmontó sola en cuanto se
demostró que seguían fumando los que supuestamente ya se habían
curado. Se enganchó todo el mundo.
La incongruencia
llega ahora: si resulta que la Inquisición fue la primera liga
anti-tabaco por considerar eso de fumar una práctica diabólica y
procedente de una cultura salvaje, ¿cómo es posible que en menos de
cien años, en Roma, estuvieran todos fumados? Pues porque hubo un
cardenal que se llamaba Próspero Santacroce que introdujo el tabaco
en 1585 y en todos los huertos de los monasterios se cultivaba la
planta. Al principio porque eran unas hierbitas que curaban cosas,
pero acabaron todos enviciados. Se les prohibió fumar durante los
oficios porque las iglesias estaban llenas de humo, pero muchos no
aguantaban una misa de dos horas sin salir a fumar a la mitad. El
franciscano Giuseppe da Convertino disculpaba a todos los fumetas
porque decía que libraba a los religiosos de la tentación de la
carne.
¿Y qué fue del
otro fumador? ¿De Luis de Torres, el colega de Rodrigo de Jerez?
Pues seguramente no le hubiera importado morir de cáncer de pulmón
porque, seguro, habría vivido más. A Luis de Torres lo mataron los
indios.
Fue uno de los
treinta y nueve hombres que Colón dejó en el Fuerte Navidad con el
encargo de ir haciendo amigos con la población local porque, debido
a la pérdida de la nao Santa María, no entraban todos los
tripulantes en las dos carabelas que regresaban a España. Pero
resultó que aquella delegación, en vez de hacer amigos en las
Indias, lo hicieron con las indias y acabaron inflando a los indios.
Cuando Colón volvió en su segundo viaje estaban todos fritos.
Seguramente Luis de Torres murió fumando, pero no por fumar.
En Europa el tabaco
ganó tantos adictos en tan poco tiempo que los gobiernos
intervinieron para prohibirlo. Pero luego esos mismos gobiernos se
percataron de su torpeza y rectificaron. Si eso le gustaba a tanta
gente, en vez de prohibirlo, mejor clavar unos impuestos y engordar
el erario. Y así, de la noche a la mañana, se pasó de la represión
a bendecir el rentable vicio de fumar.
Los indios
consideraban el tabaco una hierba sagrada. Y las haciendas públicas,
también.
Pretérito imperfecto. Historias del mundo desde el año de la pera hasta ya mismo. 2018.
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