lunes, 23 de agosto de 2021

De la literatura nipona. Roberto Fontanarrosa.

Tsé-Hu-Tchen, mandarín de Kiusiu, se hallaba reposando en los jardines de su palacio. De repente, apareció un caballo y le mordió una rodilla.
Min-Tsú, esposa de Tsé-Hu-Tchen, acudió presurosa, dispuesta a espantar al corcel con una palmeta.
Déjalo. Déjalo —le dijo Tsé-Hu-Tchen. Poco después el animal se marchó tan sigiloso como había llegado.
Debiste haberme permitido que lo asustase —reprochó Min-Tsú a su marido.
Bien sabes —dijo entonces Tsé-Hu-Tchen— que ese caballo puede ser la reencarnación de nuestro amado hijo Ho-Knien-Tsí, muerto en el combate naval de Ngen-Lasha.
¡Sigue, sigue! —se quejó la mujer— ¡Sigue malcriándolo!

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