Le eché el
camión encima porque no pude soportarlo. Día tras día, ese
horrible vecino de al lado escuchaba música a todo volumen. No me
dejaba leer, pensar, descansar. Él estaba seguro —y me lo hizo
saber cuando le rogué que bajara el volumen— de que mi vida era
tan triste que me alegraría escuchar su música guapachosa. Por fin,
compré una casa. Me aseguré de que no hubiera vecinos ruidosos, que
las paredes no dejaran pasar sonido alguno. Sobra decir que gasté
cuanto tenía, que trabajé jornadas dobles, que me privé de todo.
No
podía negarme el gusto de tocar a su puerta y despedirme. Abrió,
después de que toqué durante diez minutos. Traía puestos unos
audífonos. Me mostró el ipod que se acababa de comprar. Fue
entonces cuando le dije que tenía algo para él en la mudanza, que
si me acompañaba al estacionamiento.
Postales, 2013.
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