Era normal que aquel hecho atrajera tanta curiosidad. La gente recorría los pasillos del hospital y se colaba en la habitación al menor descuido del personal sanitario. Algunos le llevaban regalos translúcidos, globos, peceras y alas de mariposa, creyendo que era lo propio para ella. Y es que Rosalía había nacido casi transparente. Al darle el pecho podía distinguirse el contorno de la niña y de forma difusa a través de ella el seno del que se amamantaba, el vientre, a la madre entera. Entera y feliz. Mientras el padre permanecía de pie, risueño junto a la ventana. Sin que nadie se percatara de su presencia; nadie porque era el hombre invisible.
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