1965
Mi mamá está
muerta. Me ha dejado sus terrenos y su casa. Ayer, buscando en su
ropero un vestido alegre para amortajarla, encontré estas notas
adentro de una caja de zapatos. Ahora las tengo en mi bolso. Son
algunas hojas arrancadas de un cuaderno. Amarillentas, escritas con
lápiz a mina.
El entierro es
corto. Espero que toda la gente se vaya. Quedo sola. Sola frente a
dos tumbas. Madre y abuela.
Me llega un
piedrazo en la frente. A pesar del dolor, saco las notas del bolso y
leo en voz alta:
1 de enero 1940
Soy huérfana. No
tengo padre ni madre ni perro que me ladre. En el Hogar me dicen la
Huacha Loca. Nací en los terrenos de la Olga.
Estoy enamorada y
estoy muerta. No por huacha ni por loca. Sólo me muero de amor por
otro huérfano. Él no me quiere. Me mira con sus ojos negros. Sólo
me mira todo el día, así de reojo, así de ladito. Huérfano de
porquería. Ya quisiera yo atrincarlo por ahí donde los ojos de las
cuidadoras desaparecen. Ya quisiera yo montarme arriba de él y
gritarle: Mírame bien. Mírame como mira un huérfano.
2 de enero
Soy morena de ojos
muy grandes. Nací en los terrenos de la Olga, mi mamita. Dios la
tenga en su santa gloria. Alguien me dijo que yo sería igual a ella.
Alguien me dijo que iba a tener la profesión más antigua del
mundo. La de la Olga.
Tengo carné de
identidad. Pronto tendré que trabajar.
3 de enero
Mis caderas son
anchas, prepotentes. El huérfano que amo, día a día, se coloca una
máscara de papel encolado que hizo en el taller, y vaga por el
patio cantando canciones de guerras y de muertes. Él no quiere saber
nada del amor.
Sus canciones de
muertes me matan.
Resucito porque le
robo su máscara y me la pongo.
Resucito porque yo
sé que él se da cuenta y no dice nada.
4 de enero
Soy una huérfana de
piel dolida. Los terrenos de la Olga eran lindos. En la casa había
flores, mesas cubiertas con cuadrillé rojo. Cada pieza tenía una
cama, una cantora y una palangana con agua. En cada patio había un
caqui.
Dicen que cuando la
Olga me tuvo, rió por harto rato.
Dicen que yo le
traje felicidad.
Dicen que yo había
venido de milagro. Un primero de enero.
Me han dicho que de
su casa ya no queda ni el radier.
5 de enero
Pechos pequeños,
pezones grandes, granulados. Eso fue lo que la orfandad me regaló.
Él deja que me ponga su máscara porque también está muerto: sus
ojos negros, su pelo muy corto, las piernas largas, el olor de sus
sobacos, las ganas anidándose en sus manos. Ahí está su muerte.
Lo miro demasiado.
Que no sea arrastrada me dicen. Que no lo mire más, que lo olvide.
Que no tenga
memoria, que no escriba. Que no rece por la tarde ángel de la guarda
dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día…
Que la corte.
Que no sea loca.
El Hogar es puro
olvido. Pero él me mira a través de su máscara. El arrastrado.
La esperanza es como
otra huacha.
6 de enero
Uso el pelo amarrado
en cola de caballo, sin chasquilla. Así las liendres no me tapan la
vista.
La Olga está
enterrada en sus terrenos. Quiso un funeral sencillo. Un cajón de
pino. Una sola corona de claveles amarillos.
Todo se hizo según
su deseo. Ya no la recuerdan los viejos que la lloraron, los que la
bajaron al hoyo, los que le tiraron puñados de tierra para esconder
sus propias vergüenzas.
Después del
funeral, las mujeres y los niños de los otros terrenos, me
apedrearon por ser hija de la finada. Nada más que por eso.
La cicatriz que
cruza mi frente confirma el odio que le tenían a la cabrona. También
confirma el miedo, las ganas, la calentura de aquéllas.
Prefirieron
olvidarse rápidamente de la niña que en el funeral no usó zapatos
de charol ni lazos en el pelo. Según deseo de su madre.
Prefirieron
olvidarse de la venérea, de esos cuerpos que trabajaron para la
Olga. Por temor al contagio.
Que fuera loba, me
dijo mi mamita en secreto. Que fuera brava. Que me alejara de la casa
para volver, años después, a reconstruirla. Y que no llorara.
Me dijo eso antes de
irse sonriendo.
Después me sacaron
de su pieza junto con todas sus otras cosas.
Yo lloro por dentro
para que ella no se dé cuenta y no me venga a penar.
7 de enero
Tengo piernas
trabajadas; podré caminar sin cansarme. Faltan tres días para que
me vaya de aquí. Sé perfectamente dónde debo ir.
El huérfano que amo
ya sabe de mi partida. Y sabe que quedará más huérfano aún. Sin
nacimiento.
Mi maleta está
repleta de mi amor por él, de mi deseo. Y del suyo.
De pronto, tocan a
la puerta. Mis notas quedan arriba de la cama. Cuando abro llevo el
lápiz en la mano.
Te voy a hacer
retiritas, dice el huérfano enmascarado.
Le pido que se saque
la máscara. La tira arriba de la cama, al lado del cuaderno.
Sus ojos son negros.
Ahora lo sé.
Desnudos. En su
pecho escribo: Estos huérfanos se aman locamente. Entierro el lápiz
más de lo necesario. Aprieta los dientes. No se queja. Con mi lengua
recorro el camino de sangre.
Nos besamos. Nos
manoseamos. Me pongo en cuatro patas y cierro los ojos.
Cuando se va, la
máscara aún sigue al lado del cuaderno.
8 de enero
Estoy en cama. Estoy
desnuda. Toco mi cuerpo como el huérfano lo tocó. Y no tengo
vergüenza de la sangre seca en las sábanas.
Cuando visite la
tumba de la Olga, leeré esto en voz alta. Después levantaré la
casa tal cual era antes. Y los clientes llegarán sin que los llame.
Nuevos, sin lastimaduras que los hagan sentirse cobardes. No faltará
quién me ayude.
9 de enero
Soy huérfana. No me
cansaré nunca de decirlo. No por dolor, sino por orgullo.
Le he preguntado a
él si cree en el amor. No ha respondido. Me ha dado la espalda para
continuar regando las plantas, para continuar cantando canciones de
guerras y de muertes.
Su silencio me dice
que no puedo escapar de mi destino.
10 de enero
Pinto mis labios de
color rojo furioso. Me voy del Hogar. Seguiré siendo huérfana hasta
que me entierren al lado de la Olga. Hasta que nuestras historias se
junten.
Llevo una maleta y
una máscara.
En el momento en que
abro la gran reja de fierro, él me detiene. Abre su camisa y me
muestra las palabras cicatrizadas. Sus ojos negros me dicen que me
vaya y no mire para atrás.
Y así lo hago. La
hija de esos huérfanos va conmigo.
El otro afuera, 2002.
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