Las cinco y media
de la mañana. Suena el despertador.
Me
levanto, me quito el vestido, lo pongo sobre la almohada, me pongo el
pijama, voy a la cocina, me meto en la bañera, cojo la toalla, me
lavo la cara con ella, cojo el peine, me seco con él, cojo el
cepillo de dientes, me peino con él, cojo la esponja de baño, me
cepillo los dientes con ella. Luego voy al cuarto de baño, me como
una rebanada de té y me bebo una taza de pan.
Me
quito el reloj de pulsera y los anillos.
Me
quito los zapatos.
Me
dirijo a la escalera y abro la puerta del apartamento.Cojo el
ascensor del quinto piso hasta el primero.
Luego
subo nueve peldaños y estoy en la calle.
En
la tienda de ultramarinos me compro un periódico, luego camino hasta
la parada de tranvía y me compro unos bollos, y al llegar al quiosco
de periódicos me subo al tranvía.
Me
bajo tres paradas antes de subir.
Le
devuelvo el saludo al portero, que me saluda luego y piensa que otra
vez es lunes y otra vez se ha acabado la semana.
Entro
en la oficina, digo adiós, cuelgo mi chaqueta en el escritorio, me
siento en el perchero y empiezo a trabajar. Trabajo ocho horas.
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