El caso es que yo tuve que buscar
trabajo siendo muy jovencito. Mi padre, un hombre de corte
conservador, se murió muy joven. Tenía un contrato temporal de
siete horas y media renovables y muy mal pagadas en una fábrica de
bicicletas. A los cuarenta y cinco le dio un infarto y se quedó
sentado en la taza del váter. Como durante su vida había sido un
trabajador modélico, la junta directiva le puso su nombre al
logotipo de la empresa, la Bicicleta Anacleta, e hizo un montón de
llaveros como este. ¿A que es simpático? Mirad, se le mueven los
pedales.
Un
fin de semana, un amiguete me invitó a una fiesta. Era una fiesta
rara: solo había chicos. ¿Dónde me has traído?, le dije a mi
amigo. ¿No necesitabas dinero?, me preguntó. Pues claro. Entonces
ven. Y me llevó a un cuarto, donde había un tipo de sesenta años
por lo menos. Mira, este es el amigo del que te hablé, le dijo mi
amigo. Vale, dijo el otro. Lo primero, la pasta. El tío se echó
mano a la cartera y me soltó cien euros. Yo no tuve que hacer nada,
aunque el listillo me dio un poco de coca, para que me animara. Pero
yo no me animé. El tío se volvía loco tocándome. Dame un poco más
de coca, le dije. Me la dio refunfuñando, pero me la dio. Y así
empecé con eso y así fui tirando unos años. Y la verdad es que
aquel no habría sido un mal curro, si no fuera por lo que tienes que
gastarte en copas y en coca durante las horas laborales. Yo llegué a
pensar en hacerme autónomo y en desgravar los vicios. Llegó un
momento en que no podía currar si no me metía unos tiritos y,
claro, al final de la noche, resultaba que lo que ganaba por un sitio
me lo gastaba por otro.
Y
en esas estaba, intentando dejarlo, cuando una noche conocí a Rubén.
A él le había dejado la novia y estaba muy jodido. Se encontraba en
un período muy confuso de su vida. Acababa de terminar la enseñanza
secundaria y no tenía muy claro si quería entrar en la universidad.
Por otra parte, estaba muy preocupado por la situación política. Se
planteaba entrar en un grupo ultraderechista o en alguna mafia de la
droga. Aquella noche él quería matar, y me propuso violar y
ejecutar a una ecologista que se desplazara en bici por la ciudad,
pero al final nos emborrachamos tanto que no lo hicimos. Estuvimos
hablando mucho tiempo, y al final nos dimos cuenta de que
coincidíamos en nuestro deseo de alejarnos del mundanal ruido, de la
sociedad industrial y del estrés de la gran ciudad. No recuerdo
ahora quién fue el que sugirió la idea de enrolarnos como
voluntarios en el ejército; pero sí recuerdo que sentí mi vida
toda iluminada cuando nos lo prometimos mutuamente con un beso.
Pasamos
la noche juntos y a la mañana siguiente nos enrolamos. Luego él se
fue de vacaciones, y yo me quedé en Madrid; y en septiembre me
llamaron a filas. Me extrañó no verlo por allí. Pregunté y me
dijeron que había varios grupos y que podría estar en otro
acuartelamiento, pero no estaba en ninguno. Le llamé, pero no me
cogía el teléfono. Ni por un momento se me pasó por la cabeza la
idea de que Rubén no se hubiera alistado. Nos habíamos dado la
palabra, y eso para mí era sagrado. Pero el caso era que yo estaba
dentro y que allí no había ni rastro de Rubén. Llegué a pensar
que había tenido un accidente. Pero no, no había tenido ningún
accidente. Acabé por enterarme: al día siguiente de nuestra noche,
cuando Rubén le dijo a su padre lo que habíamos hecho, este se rio
mucho, llamó a Fulano, llamó a Mengano y la solicitud del niño
desapareció. El padre de Rubén tenía reservado un futuro mucho más
brillante para su hijo. ¡Vaya cara de gilipollas que se me debió de
poner cuando escuché esta historia de pie, en plena calle y con la
boina verde ladeada, en boca de un amigo común!
Mucho
tiempo después Rubén vino a visitarme al cuartel. Trabajaba en la
Bolsa, en cosa de inversiones. Paseamos un poco, él encorbatado y
elegante y yo en traje de faena. Fue un paseo muy tenso en el que no
abrí la boca. No había feeling, como suele decirse. Hubo un
momento, eso sí, en el que estuve a punto de decirle algo. Miento:
no estuve a punto de decirle algo, estuve a punto de volarle la
cabeza. Fue cuando entre silencio y silencio me dijo que se me veía
un poco amargado. Logré contenerme. Al cabo del silencioso paseo nos
dimos la mano, y no he vuelto a verlo nunca más.
Diez bicicletas para treinta sonámbulos, 2019.
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