A las seis me despertó la sirvienta,
y yo estaba soñando uno de esos sueños que hacen que primero me
levante sobre un codo y me ubique, no es que pregunte dónde estoy,
quién soy, ni ninguna de esas tonterías, lo que pasa es que tengo
que acomodarme a la tristeza, o aceptar que la desesperación es la
única vía de acceso a todo en este nuevo día, y decirme que son
las seis, que hay colegio, que a las ocho tocan la campana y cierran
la puerta, que estoy empezando quinto y sólo me falta lo que queda
de este año y otro, que podría decir renuncio e irme a vivir al
campo con las cabras, pero entonces quién se queda cuidando a mi
madre que no tiene ni cuarenta años y ya se está muriendo (y
todavía bonita), en eso pensaba yo y la sirvienta mirándome, no
sale hasta que no me vea bien despierto, parado, listo a quitarme la
piyama y a agarrar una toalla, ella siempre me prometía que había
agua caliente, después de bañarme pasaba por el cuarto de mi madre
a darle los buenos días y a llenarla de besos, ese día era un
martes después de un puente que abarcó viernes, sábado, domingo y
lunes, y a mí siempre me pasa que después de los puentes estoy
creyendo que es lunes, así que sin saber que era martes cogí fue el
horario del lunes: Religión, Química, Literatura, Historia y dos
horas de Física inmediatamente después del almuerzo porque este año
ya nos instalaron la jornada continua, pero no fue sino después que
me di cuenta que era martes, menos mal que los lunes y los martes
coinciden Religión y Física, pero había un trabajo de Civismo que
no llevé y el cura me puso cero, y yo ya quería aplastar mi cara,
golpearme la frente contra el pupitre para que vieran mi angustia,
había salido de mi casa a las siete y cuarenta y cinco porque tuve
un problema con la sirvienta que me sirvió el café frío y yo me le
entré a la cocina pisando duro y traté de regañarla pero ella no
se me dejó, tuve que tomarme el café frío sintiendo que se me
volvía un ocho el estómago de la rabia que tenía, cómo poder
decirle que no se metiera conmigo, que yo vivía atormentado por
problemas que ella ni imaginar podía pues no contaba con la
capacidad intelectual para hacerlo, que el que me lavara la ropa, me
tendiera la cama y me hiciera la comida eran puros accidentes, una
situación que ni ella ni yo podíamos modificar, que se limitara a
trabajar callada y a cobrar su sueldo, y sin necesidad de
comunicárselo que se diera cuenta de mi profundo desprecio por su
debilidad, por su corrupción, qué es eso de dejar su tierra, el
campo, y bajar acá a convertirse en sirvienta de esta sociedad para
que yo pueda llegar temprano al colegio y bien alimentado para rendir
en el estudio, y había días que ni siquiera me tenía agua caliente
y yo me ponía furioso, golpiaba los azulejos del baño, me daba
contra las paredes, tendía a enterrarme las uñas en las palmas de
las manos, y el agua fría cayéndome inmisericorde en mi espalda, yo
nunca entendí por qué era que me hacía todo eso, podemos hacernos
la vida soportable, era lo que yo le decía, no es sino cuestión de
mutuo entendimiento, ahora que mi madre está enferma a cada rato se
le pierden los vestidos y yo sé que se los roba la sirvienta, lo
digo porque me he metido a su cuarto y le he esculcado el clóset y
se los he visto, es decir me consta, pero no le digo nada a mi mamá
y yo, bueno, trato de hacerme como el que si nada, además mi mamá
ya para qué vestidos, se mantiene todo el día en la cama con la
piyama que era de mi papá, antes hablaba de las ventajas que traía
el decidir no salir más de la cama, no más problemas, pero ya ni
siquiera habla, yo salí de mi casa un poco preocupado, crucé el
alambre de púas que marca los límites de mi propiedad y tuve que
coger un Rojo Crema que caminó despacio y claro, ya eran las ocho
cuando llegué al San Juan Berchmans, ni un alma en los alrededores,
la puerta ya cerrada, tuve que tocar y tocar de la manera más triste
hasta que el portero se asomó por la rejilla y yo le pedí el favor
que me abriera y me dijo que no, entonces le supliqué que me abriera
y seguía diciendo que no, primero que no podía, luego que no le
daba la gana porque yo le caía gordo y que no me abría, entonces le
dije que si me abría me dejaba pirobear, y él me abrió pero
todavía mirándome con odio, cuánto hace que tocaron, le pregunté
yo pero no me contestó, yo apreté bien los libros contra mi pecho y
me doblé, él primero me puso las manos en las nalgas y me las sobó
un rato y luego con una sola mano me tocó por el medio hasta que yo
me voltié y le dije ya está y él ni protestó siquiera y yo salí
corriendo de allí, todavía pensaba alcanzar a responder lista, cómo
me quedaría cuando entré a la clase y era martes, me encuentro no
al cura de Religión sino al cura de Civismo y apenas me estoy
sentando me pide el trabajo que no he traído, esta mente lenta que
tengo, me pusieron un cero en Civismo, comí tanto a la hora de
almuerzo que en las dos horas de Física me la pasé con una bola en
el estómago y unas ganas de echarme y conciliar el sueño, además
que no entiendo nada de Física, desde hace un año la gente se ha
estado sospechando que soy un poco bruto, al principio me aterré y
daba berridos por toda la casa, pero ahora me limito a subir los
hombros: no es más que una indiferencia por todo, no emocionarme
desde que estaba chiquito, saber que hay cosas que uno no entiende y
es como si no existieran porque mi mente no da para más sencillo,
cuando tocaron la campana para salida yo pedí al cielo que nadie se
me acercara, que nadie me conversara, poder salir como soy de solo,
me pegué a una pared y logré cruzar la puerta con cierta facilidad,
entre los primeros, afuera me puse contento por el sol que hacía y
que a nadie le gusta, todo el mundo salía protestando por el calor
maldito, pero a mí el calor me llena de ánimos, a lo que le tengo
terror es al frío, también le tengo terror a encontrarme al papá
de una novia que yo tuve de mentiras y ella creyendo que era de
verdad, no me gustan las mujeres, que se la quité a un amigo y mi
amigo de la pura desesperación se fue de Cali buscando el mar, y
ahora al que le tengo miedo es al papá de ella porque sé que está
loco y que es ubicuo, me lo encuentro en el norte y en el sur, una
vez en mi vida he viajado a Bogotá y allá me lo encuentro, me fui
caminando por la orilla del río, bien despacio, mirando el agua, las
piedras negras, le tiré piedras a las vacas, como hago siempre, y ya
casi llegando a mi casa me metí por el último lote para acortar
camino y además porque me gusta caminar en medio de la maleza,
cruzar los montes, y resulta que me encuentro con una muchacha de mi
edad, de pelo largo, camiseta de rayas y bluyines americanos, yo
nunca la había visto por el barrio, cuando yo me le acerqué me
sonrió porque la camiseta mía era igual a la de ella, qué bruto,
fue una sonrisa tan linda, tan limpia, que yo no tuve ningún
problema en decirle hola y en preguntarle su nombre, se llamaba
Angelita, me quedé toda la tarde con ella allí en ese lote,
estuvimos arrancando hojas para un herbario que ella tenía, al
final, de pura aposta, nos rayamos los brazos con esas hojas largas y
filudas que tanto abundan en los lotes, que también sirven para
hacer zepelines, y ya haciéndose de nochecita salimos del lote
cogidos de la mano, al otro día yo fui a verla en el esperadero y me
contó que lo que más le gustaba era leer poesía, «El más noble
de los oficios», así me dijo, y yo quedé muy impresionado, tanto
que esa noche traté de escribirle un poema pero no pude y
desesperado, tumbando sillas, rebusqué entre las cosas de mi madre y
encontré este poema que se lo hice a ella en un Día de la Madre
cuando yo estaba muy chiquito, tanto que no tengo memoria de si lo
inventé yo o lo copié de algún libro, el poema, adaptado para
Angelita, dice así:
Angelita,
Angelita tú me besas
pero
yo te beso más
como
el agua en los cristales
son
mis besos en tu faz
te
he besado tanto, ¡tanto!
que
de mí cubierta estás
y
el enjambre de mis besos
no
te deja respirar, fue por allí que fui descubriendo que yo también
amaba la poesía, fui aprendiendo a escribir, ella me daba un mensaje
cerrado y yo le daba otro para que lo abriéramos al mismo minuto de
la segunda hora de la mañana, a cuántas millas de distancia, ella
en el Sagrado Corazón, yo en el San Juan Berchmans, ella me decía
que estaba igual de sola que yo, igual de aburrida estudiando
bachillerato, y a ella también le parecía una mierda la sociedad,
procuramos dejar de ir todos los sábados al Club, sólo íbamos
cuando había una fiesta importante como la del 28 de diciembre o una
competencia de natación que a ella le gustaban mucho, y yo sufría
porque nunca he podido nadar bien, no es que no nade bonito sino que
nado una piscina y me ahogo, también nos aficionamos al cine, íbamos
todos los días a las tres y media, ella decía en su casa que era
que estaba estudiando más que nunca, yo sí no tenía que inventar
nada porque mi mamá nunca me pregunta, al final creo yo que nos
comprendíamos mucho, y cuando a ella le daban las locuras que le
daban con la luna yo la calmaba, me le portaba fresco, mejor dicho la
pasábamos bien, y de tanto leer poesía y de tanto ver cine nos
fuimos volviendo muy progresistas, por ejemplo dejamos de ver con
buenos ojos, como cosa normal, que para todas las fiestas tuvieran
que alquilar policía para defendernos de la gente del Sureste, y
tanta pelea en la calle y la policía en toda parte, que al final era
que me estaba poniendo nervioso andar en medio de tanta policía, se
vinieron a destapar crímenes horribles, a Danielito Bang, uno del
San Juan Berchmans, lo descubrieron cómplice de antropofagia en
pleno siglo XX, pusieron una bomba en el Colegio Bolívar que es todo
de gringos, bombas en el Dari Frost y en la Librería Nacional que
también es manejada por gringos, y los de mi clase que tienen a los
papás o los hermanos en la Guardia Civil me decían que ya habían
agarrado culpables y que los estaban metiendo en celdas con una fosa
y un péndulo, ante toda esa violencia, que no comprendíamos y nos
sentíamos extraños, pensábamos irnos a vivir al campo una vez
termináramos bachillerato, hasta que ella me vino con el cuento de
que las islas Encantadas, y por allí derecho leímos todo Melville y
aprendimos a temer al mar aún sin conocerlo, ella sí había estado
una vez en Santa Marta pero yo sí nunca, en esa época fue que
concebí la idea de un cuento que nunca llegué a escribirlo: un
hombre se confunde por el mar de tanto leer a Melville y se echa a la
mar en busca de Las Encantadas creyendo encontrarse con aquel
territorio desierto mágico que leyó en los libros, cómo se
quedaría al ver que allí donde leyó una gruta, un albatros, hay
ahora un hotel, un aeropuerto, un casino, eso también hacía parte
de mis terrores, porque mis terrores seguían siendo encontrarme con
el padre de aquella novia lejana, son muchas las veces que he tenido
que bajarme de un bus cuando él se sube, cojo a Angelita de la mano
y le digo bajémonos y ella obedece sin preguntar porque aunque le
pudiera explicar no entendería, otro terror mío es soñar con un
hombre que se pasa la mano por los dientes y es como si se pasara la
mano por el mentón y seres sin mentón, tampoco puedo tratar de
explicárselo porque hay cosas que dejan de significar apenas
tratamos de encontrar un signo, un código que les dé expresión,
así que ella tiene que soportar su ignorancia de mí si vamos por la
calle y yo pego un grito en mitad de la calle o me jalo los pelos, y
es porque tengo que estar en guardia desalojando pensamientos
impensables, innominables, o si no me muero, debo decir que al final
nuestro progresismo tenía como meta, como autoconfirmación,
internarnos en un barrio del Sureste y meternos a un teatro de
segunda, digo, sobre todo cuando nos cogió un aburrimiento mortal
por los teatros de estreno, tanto que se vio en peligro nuestra
afición por el cine, un viernes vimos que daban Más corazón que
odio en el teatro Libia, y ese día estaba lloviendo, seguro fue
la lluvia la que nos animó y averiguamos qué bus coger, el Rojo
Crema que también pasa por Santa Teresita que es donde vivimos, para
llegar al teatro tuvimos que atravesar a pie una calle despavimentada
en medio de la lluvia, es decir caminar con el barro hasta los
talones, recuerdo un caño de aguas negras y en las puertas de las
casas hombres sin camisa que miraban la lluvia y nos miraban con
curiosidad pero sin malicia, ¿o entonces fue que entendí mal
aquellas miradas?, había niños que jugaban en el caño y perros
criollos, el teatro Libia era blanco, blanquísimo, de granito
lustrado, me sorprendió encontrar un teatro tan elegante en un
barrio así de pobre, la entrada valía cinco pesos, en el fondo de
la taquilla había un retrato del general Rojas Pinilla, nos dejamos
escurrir un poco antes de entrar, el doble era otra de vaqueros:
Shane el desconocido, adentro se estaba bien porque era
calientico y de oscuridad pasable y contentos, contentísimos,
tanteamos un puesto entre las primeras filas del lado izquierdo y
allí comenzamos a ver cine, sólo que cuando me acostumbré a la
oscuridad me voltiaba a mirar para atrás, y vi que el teatro estaba
casi vacío, arriba habría unas quince personas pero abajo sólo
estábamos nosotros, me dio una no sé qué sensación desagradable,
pero la lluvia tamborileaba en el techo y era bueno estar bajo cobijo
en un mundo nuevo y de pronto me sentí muy protegido, Angelita
tiritaba un poquito pero yo le apretaba un brazo con todas mis
fuerzas y le transmitía fácil el calor que yo tenía por dentro,
cuando se acabó Shane y siguieron con la otra de una sin
siquiera prender las luces fue cuando entraron tres jóvenes diciendo
«Buenas tardes, pueblo», y se sentaron en la fila de atrás, cuando
se acostumbraron a la oscuridad nos vieron y yo no sé si se dieron
cuenta de dónde era que veníamos, pero me parece a mí que
comenzaron a decir cosas de la película para que nosotros las
oyéramos y nos riéramos, eso fue lo que pensé todo el tiempo, yo
voltié una vez muy rápido y los vi, ellos se dieron cuenta sin
tener que mirarme, seguían la película con interés, uno de ellos
dijo: «Estas son las buenas de vaqueros, las que no me gustan son
esas italianas», y a mí me comenzaron a entrar ciertas ganas de
decirle que estábamos de acuerdo, que la vida se llevaba mejor si
había mutuo entendimiento, sé que Angelita también hubiera querido
hablarles, cómo hacíamos, me voltié hacia ellos y con mucha
habilidad pedí el primer cigarrillo de mi vida, donde no se den
cuenta que éramos del Norte me dicen no joda, compre, pero sabían
con quién estaban hablando y me lo dieron y no sólo eso sino que me
dijeron: «¿La pelada fuma?», sí, por favor, dijo Angelita, que
tampoco había fumado nunca, yo me atranqué y tosí dos veces, es
que tengo la garganta irritada con tanta llovedera, dije, Angelita en
cambio fumó su cigarrillo en silencio, serena, cuando yo terminé
todavía fumaba, yo esperé a que terminara y botara el cigarrillo
para acercármele y pegarle mi cabeza en su hombro, no me gustó el
olor a tabaco que despedía Angelita, mejor dicho me repugnó a tal
grado que me le separé de una y alarmado, me puse a olerme todo, el
aliento, las manos, para ver si olía a lo mismo pero no, la que olía
era ella, no vuelvo a fumar más me dije, y cuando se terminó la
película, la puerta que se cierra en toda la mitad del cinema Scope
y prendieron las luces, yo me voltié y los vi: había uno lleno de
granos y otro mueco, el tercero sí tenía la piel lisa y la
dentadura completa, era moreno y cuajado, hasta buen mozo, se quedó
mirándome y me preguntó: «¿Ustedes son del Norte, verdad?», sí,
por qué, le respondí yo, «Se les nota nomás», dijo el
granujiento y yo me reí, Angelita fue la que dijo pero nos gusta más
ver cine por acá, y ellos se rieron y nos ofrecieron cigarrillos, yo
dije que no gracias, pero Angelita dijo que sí, dejó que muy
tranquila se lo encendieran y se puso a fumarlo con cara de experta,
cuando salimos del teatro éramos casi amigos, ya no llovía y la
gente estaba en la calle salvando charcos, al mueco le decían Indio,
al buen mozo Mico y al granoso Marucaco, nunca nos conversaron de
política, ni que viéramos en qué estado estaban las calles de su
barrio, ni que los niños jugaban en las aguas negras, nada, sólo un
chiste, cuando nos vieron resentidos por el olor del ambiente: «A
esto por acá le llaman buenos aires», lo que nos contaban eran
cosas de las fiestas de ellos, del Santa Librada donde estudiaban, de
Salsa, una música que no me gusta, y usaban palabras que todavía no
entiendo y Angelita escuchaba con atención, los ojos le brillaban,
cuando llegamos a la 25 se querían despedir pero no los dejamos,
Angelita les pidió que no, que por qué no caminábamos un rato, a
mí me pareció bien, por qué no caminamos hasta el Centro, les
dije, les parece muy lejos, ¿o qué?, no, a ellos les pareció
perfecto, era viernes y no tenían nada que hacer, Marucaco me
preguntó que adónde había comprado esos zapatos y yo le dije,
frotándolos contra el pantalón, son Florsheim, me los trajeron de
Estados Unidos, y Marucaco se quedó callado, nos reímos todo el
tiempo de las cosas que nos contaban, eran simpatiquísimos, ahora en
el San Juan Berchmans yo iba a portarme distinto a todos los alumnos
luego de tener esta experiencia, de verlos a ellos tan distintos,
digo, tan felices, los tres con camisas de etamina. «Son lo último
para tirar boletería», decían, yo les hablé de Herman Melville y
de libros bien famosos, pero ¿cómo hacía si ellos nunca habían
oído hablar de eso?, se hacían los interesados, me escucharon con
atención como quien desea aprender, pero qué va, se distraían
completamente cuando uno cantaba un pedazo de esa música que no me
gusta y otro que le hacía coro, al final teníamos que esperarlos
porque se quedaban atrás, Marucaco y el Indio cantando y el Mico
bailando que era el que mejor bailaba porque los vi bailar a todos,
porque me consta, en el Centro los invité a tomarse un refresco y
ellos quedaron agradecidísimos, dijeron que si nos parecía nos
acompañaban hasta la casa y a mí me pareció bien, se les veía que
estaban igual de interesados que nosotros, ya que nosotros nos
metimos en su mundo ellos se iban a meter en el nuestro, por qué no,
todo se puede lograr si hay mutuo entendimiento, les dije, uno puede
vivir en paz, ellos me oyeron pero no me dijeron nada, y yo quedé un
poco desconcertado ante ese silencio, caminamos por la orilla del río
y Angelita se quedó atrás cogiendo hojas, ayudada por el Mico
mientras yo conversaba con Marucaco y el Indio de lo aburrido que yo
estaba estudiando bachillerato; pero el Indio me dijo que en cambio
ellos la pasaban «Soda, diga si no viejo Marucaco que la pasamos
chévere», y Marucaco dijo que sí, que «Muy soda, debe ser porque
usted estudia con los curas», me dijo, y yo voltié a ver qué era
lo que hacía Angelita, estaba viendo con el Mico una hoja rara que
me mostró después aunque estuvieron conversando mucho rato porque
el Mico se interesaba mucho por la Botánica, no es que supiera, no
es que supiera nada de Botánica sino que se interesaba por lo que
decía Angelita, caminamos y más adelante los invité a cono y ellos
de nuevo quedaron muy agradecidos, al rato todos estaban muy
interesados en la Botánica, caminaban al lado de Angelita
escuchándola con cuidado, de vez en cuando hacían chistes y
Angelita se reía con esa risa linda, limpia, comprendo yo que ellos
estuvieron maravillados con su belleza porque cuándo iban a poder
ver una muchacha así en su barrio, y por eso yo también estaba algo
contento, ya casi llegando al Charco del Burro ella se les adelantó
un poquito y me cogió la mano, serían las ocho de la noche, el
cielo se había despejado y con inquietud vi la luna llena, además
de los buses que pasan sin ver no había nadie por allí, Angelita ya
no se preocupaba de llegar tarde a la casa, sus papás se la pasaban
peliando todo el día y ya no les importaba ella, nosotros caminamos
cogidos de la mano, adelante entre la oscuridad resaltaba la blancura
de un aviso que decía: 10 AÑOS DE ARTE COLOMBIANO, hacia allá
caminábamos nosotros, hacia la montaña porque nos gusta el pasto,
el monte, eso fue lo que yo le dije al Indio y al Mico y a Marucaco,
que nos gustaba quedarnos aquí las tardes y ver pasar la gente, y
ellos se reían, el granoso tenía una risa linda, yo puedo descubrir
la belleza donde me la pongan, que nos gustaba oír las chicharras
por la mañana, ahora que no pasaba gente que viéramos la luna,
ellos decían que sí a todo lo que nosotros proponíamos, así me
gusta, de pie hicimos un círculo, el llamado para el diablo, todos
frente a frente, yo sé bien cómo actúa la luna en Angelita,
comenzó a apretarme la mano y yo podía sentir palpar el latido de
sus venas, el torrente que tenía adentro, me estrujaba la mano,
quería pegarse a mi cuerpo, yo la sentía caliente, pero el cielo
sólo sabe qué era lo que realmente estaba sintiendo, hubiera
tratado de hablarme, se quitó las sandalias que tenía todas
embarradas, qué barro bien inmundo, se puso a sentir la hierba,
movía un pie en círculo continuamente, luego en torno a una de mis
piernas, había noches en las que le daba por bajar y subir los
hombros sin ningún ritmo, luego comenzó a decir cosas que para
ellos sonarían incoherentes y a gemir por debajito, digo que sólo
yo la oía y eso que tenía que pegármele bastante, fue que me
comenzó a entrar un poco de vergüenza con ellos que ya estaban
viendo todo lo que pasaba y qué podían decir, qué podían pensar,
inútil fue que el Mico se adelantara y le preguntara algo sobre la
Adormidera, Mimosa pudica, confundido, fustigado ante esa anormalidad
que estaba sucediendo frente a él, porque ella no le oyó o no quiso
contestarle, ella lanzó un bufido y me enchapotió la boca en mi
cuello, qué luna la que tenía adentro, cuando anunciaron que los
gringos habían conquistado la luna ella se estuvo riendo y que no
creía, olvídate, allá no sube nadie, las luces de los carros me
encandelillaron, luego Angelita comenzó a quejarse como si
suplicara, pero digo que esto sólo lo oía yo, ellos han debido
suponer nada más que estaba cansada y que me quería con toda el
alma, entonces no sé quién, Marucaco, con los granos empustulados
ante la luna dijo, muy tieso, mirándome: «Qué novia tan linda la
que tiene usted», yo no le dije nada, tal vez por eso fue que él
tuvo que mirar a sus amigos, y les dijo: «Diga si no viejo Indio,
dígalo viejo Miquín, qué pelada tan linda la que tiene este man»,
«Muy chévere», dijo el Indio, y el Mico se quedó callado, miraba
a Angelita como con una cara de sufrimiento, como si no comprendiera
el mundo, comenzó a arrastrar los zapatos en la hierba, penosamente
me pareció a mí, y después dijo: «Mejor vámonos», y yo le dije
no quieren acompañarnos hasta la casa ¿o qué?, «¿Es muy lejos?»,
preguntó el Mico, no, apenas cuatro cuadras, qué les pasa, ya están
cansados o qué, en son de burla, «¿Los acompañamos?», le
preguntó a sus amigos, con la misma cara de angustia, ellos dijeron:
«Acompañémolos», yo logré que Angelita se pusiera las sandalias
y caminamos todo el tiempo de nuca a la luna, así que ella se iba
poniendo peor, yo consideré prudente dejar el río, subirnos por una
de las calles laterales hasta Santa Teresita, subimos, ellos se la
pasaron mirando las casas, los carros ante las casas, el alumbrado
público, caminaban detrás de nosotros pero después el Mico se
adelantó y caminó junto a Angelita, insistió en el tema del
Herbario, ella lo miró y se le rio en la cara y se pegó más a mí
y yo le sobé su cabecita, comprendiéndola, ahora es que sé la
soledad en que estaba, lo que yo significaba para ella y soy humilde
cuando lo digo, acercó su boca a mi oreja y me dijo decíles que se
vayan, aquellas palabras han debido llegar a ellos como resuello,
pero aun así yo temí que fueran a interpretar mal la situación
pero cómo hacía, estaba sintiendo un apremiante, desagradable deseo
de llegar rápido a mi casa, Angelita se me ponía muy mal, quería
seguirles conversando para que la situación no se volviera tensa,
qué absurdo estar acompañados en ese momento, cuando no somos más
que nosotros, cuando no podemos comunicar nada, ella me decía en
susurros toda la historia de su angustia, lo desgraciada que
eternamente era, desde chiquita había reconocido un malestar, una
tarde en la finca (lloviendo) había creído comprender el acto de su
vida, una ciénaga, y yo no sé, yo puede que me niegue a comprender
esto, porque desde que la conocí yo alcancé cierta tranquilidad,
cierta armonía, ella me decía cosas del mar, y yo cómo hacía para
decirle que en el nombre del cielo se callara, que no quería que sus
palabras se entendieran más allá de mí, ella tampoco lo quería y
entonces era por eso que se me pegaba, ver a alguien así pegado a
otro es como para sentirse la persona más sola del mundo, yo no es
que me niegue a comprenderlos, ellos ya no miraban más estas casas
de ricos, nos miraban era a nosotros, Angelita se me quejaba a mi
cuerpo y yo trataba de caminar derecho, de avanzar, y me era difícil,
faltaban dos cuadras para llegar a mi casa, me aterró voltiar a
verle la cara al Mico: era un hombre perdido en un delirio sin
nombre, sé que no lograba enfocar bien las imágenes, pero su vista
se bastaba en Angelita, estiró una mano y avanzó hacia ella, yo me
detuve, yo habría dejado que la tocara, cuestión de mutuo
entendimiento, Angelita se quedó mirándolo sin ningún interés,
todo el cuerpo del Mico comenzó a temblar con espasmos como de
fiebre, sé que tenía el infierno adentro, ¿a qué olerá el beso
de un hombre que tiene el infierno adentro?, eso es lo que yo digo,
el Mico se le lanzó, la agarró de la boca y posó su boca en su
boca como si fuera lo último que haría en la vida, recuerdo un
horripilante chillido, un manoteo como de gallina clueca, Angelita
logró zafársele y se puso a dar berridos de asco y de pena, de lo
insoportable que fue su aliento, el Mico se comenzó a doblar como
quien pide clemencia, Angelita se limpió la boca con un brazo, raspó
hasta la última humedad intentando quitarse de sí ese olor, esa
ofensa (si vomita ya es pura exageración, pensé), y entonces vino
hacia mí, por qué no, digo, si yo no era sabio pero sí limpio, si
era bello, si se embelesaba con mis besos, yo estaba a cuatro pasos
de ella y ella venía hacia mí, nos íbamos a ir, se acabó la
amistad, hicimos todo lo posible pero no se pudo, el Mico quedó
atrás, vedado para el mundo, recluido en azufre, en gelatina y
empanada mal digerida, ¿fue que no pudo soportarlo?, entonces fue
que se negó, me parece a mí haber perdido un movimiento, mi memoria
falla, sólo tengo conciencia de él detrás de ella sin saberlo y él
con el cuchillo la navaja automática en la mano, sólo se la hundió
una vez y yo le vi la cara, y luego se metieron el Indio y Marucaco,
dónde mierda era que guardaban los cuchillos, también la
acuchillaron. Angelita forzó el cuello para tratar de verme. ¿Adónde
era que estaba yo?, ¿qué era lo que hacía? Eso es lo que pienso,
pero antes cayó al suelo y allí quedó, y yo quedé allí parado
frente a ellos, frente a frente, para huir tuve que pasar patiar por
encima de su cuerpo. Borges que decía: «Ningún hombre deja de ser
cobarde hasta que no demuestre lo contrario», pero eso es
literatura, creo que me persiguieron, yo huía hecho una furia, crucé
el alambre de púas, abrí la puerta de mi casa, atravesé corredores
y en la cocina me detuve y miré, olfatié con astucia, la sirvienta
sintió a alguien, salió y ha tenido que adivinar mis intenciones
viendo mi cara, primero quiso huir pero la huida era inútil yo había
cerrado la puerta del fondo, entonces se armó de una olla en una
mano y un cuchillo en la otra y arremetió contra mí y yo arremetí
contra ella, pero yo fui quien quedó de pie, le patié muchas veces
la barriga, ella trataba de alcanzarme con el cuchillo, en una de
esas me hizo una cortada en el brazo izquierdo y gritaba, yo le rompí
la cara, la estrellé contra el azulejo, cuando tuvo que soltar el
cuchillo la acuchillé una y mil veces porque yo también tengo mi
furia (no tener ninguna dama bella, enferma antes de tiempo para yo
adelantarme a la muerte y matarla como Edgar Allan, tener que matar a
una vil sirvienta para darle cumplimiento a mi destino fatal), mi
madre estaba dormida, yo saqué una sábana limpia, en ella envolví
el cuerpo de la sirvienta que pesaba de tanto pasársela comiendo
todo el día, antes de que se secara la sangre limpié con Fab y
fregué y dejé todo inmaculado, le di esponjilla al cuchillo y a la
olla, dejé todo en su sitio, la enterré debajo del mango más
viejo, cuando fui al cuarto de mi madre ella ya estaba despierta, me
reclamó a su lado, le dije he venido a hacerte compañía, no salgo
más, fui al cuarto de la sirvienta y le traje todos sus vestidos,
toda esa noche me la pasé condenando puertas y ventanas, enmallando
las ventanas y cubriendo la malla con papelillo rojo, para que cuando
yo me mueva, corra por los corredores, la gente que se asoma vea sólo
resplandores rojos, al otro día me levanté temprano a prepararle el
desayuno a mi madre, el café lo supe hacer pero no los pericos, tuve
que darle sólo café con pan, al mediodía intenté hacer el
almuerzo pero no pude, la basura se está amontonando porque si
intento barrer me da una alergia horrible, estornudo todo el día,
afortunadamente tenemos enlatados, mi mamá dice que no importa, que
le gustan las sardinas en lata, yo procuro arreglárselas lo mejor
posible, unas veces con mayonesa, con pan rociado, mostaza o
mantequilla, siempre distintas, ayer por la mañana intenté hacer
arroz pero se me incendió la olla, ya hay cuartos en los que no se
puede entrar porque el olor de la basura me enferma, el inodoro se
descompuso, he destinado uno de los cuartos del fondo para
excrementos, pero aún está limpio mi puesto ante la ventana, barrer
y trapiar dos metros cuadrados todos los días no es ningún
problema, me he conseguido unos binóculos viejos, y con ellos miro
todo el día el mundo de afuera, a Angelita la encontró un
barrendero al otro día, tal como yo la dejé, y su foto salió en la
primera página de todos los periódicos, todos nuestros amigos
fueron al entierro, todo el Sagrado Corazón, todo el Liceo
Belalcázar, todo el San Juan Berchmans, todo el mundo supo que
habían sido los del Sureste y cogieron a muchos del Sureste y no sé
si los mataron, en todo caso los deben haber golpiado feo, y que
dijeran quién había sido, pero quién iba a poder decir, quién iba
a saber, de todos modos la nación se vistió de luto, hay que ver
que su papá, don Luis Carlos Rodante, es uno de los más poderosos
azucareros del Valle del Cauca y el más grande sembrador de ají en
Colombia. «El Rey del Ají» enloquecido de dolor exhortó al
ejército, policía civil y policía militar, fuerzas especiales y a
la sociedad en general a ponerse a la búsqueda de los asesinos de su
hija, pero todo intento de esclarecimiento resultó vano, en el colmo
de la desesperación viajó a Bogotá y se entrevistó con el
Presidente de la República acordando conceder una recompensa de
quinientos mil pesos a quien dé informes del culpable o los
culpables, no importa que el informante haya tenido relación directa
o indirecta con el asesinato, esto fue lo que se informó por radio,
prensa y personalmente el Presidente por la televisión el día 16 de
mayo de los corrientes, entonces les empezó su infierno: los tres
recibieron la noticia el mismo día a las siete de la noche, como la
familia del Mico acababa de comprar televisión, le tocó ver y oír
la noticia de la fabulosa recompensa, ¿puede alguien imaginar todo
lo que pasó por su cabeza?, de primero, claro, lo que podían
comprar con quinientos mil pesos, ¿adónde se irían una vez que
delataran, podrían vivir en paz, ricos?, en esto pensaron un día y
medio sin salir a la calle, retorciéndose en la cama, sin comer, al
mediodía del 18 la opresión se hizo insoportable, el Mico
comprendió que si no denunciaba rápido lo iban a denunciar a él,
se maldijo por no decidirse rápido, fue él el que comenzó a
matarla, ¿no?, arrepentimiento lo que se dice arrepentimiento no
había sentido nunca, había tirado el aliento una y otra vez sobre
el rostro de su madre y ella le había dicho que no, que no olía
feo, viendo mal, desenfocando todo se puso la camisa de etamina y
salió a la calle, el sitio de delación era el Permanente Norte, en
la Primera con 21, preguntar por el coronel Patiño que ha estado en
guardia las veinticuatro, las cuarenta y ocho horas, el Mico cogió
el bus Papagayo y trató de no pensar en nada, iba pensando en sus
amigos, en lo que habían aprendido juntos, no he aprendido nada, se
dijo, todo hombre tiene su precio, son capaces de delatarme, se
imaginó un estado de cosas en donde la gente fuera invulnerable al
dinero, en donde la gente no tuviera dinero para derrochar, para
ofrecer semejante recompensa para que la gente buena pierda por ella
su valor, su dignidad, qué calor el que hacía, menos mal que en el
bus no iba recibiendo viento, ¿qué se podría comprar en este mundo
con quinientos mil pesos?, compraría el mundo entero, pensó, él no
quería morir linchado, iban a denunciarlo y entregarlo a la gente
del Norte, se bajó en la Primera y corrió hacia el Permanente,
hacia allá también corrían el Indio y Marucaco, todo ese tiempo
habían llevado el mismo itinerario, fue cuando se vieron allí
corriendo que en lugar de chocar se abrazaron, habían estudiado
juntos desde primaria en el Marco Fidel Suárez, todos habían
experimentado la misma ansiedad por terminar quinto y pasar a Santa
Librada que no era sino cruzar la calle, habían aprendido a nadar en
Pance, aunque el Indio casi que se ahoga en una crecida y siempre fue
flojo para el agua, una vez se agarraron los tres por una hembrita
llamada Teresa que al final resultó casándose con Armando Toro, un
man que estudia dibujo arquitectónico en el Sena, el otro día se la
encontraron y hablaron de los viejos tiempos (¿cuáles viejos
tiempos?), que se guardaran los quinientos mil pesos, que se los
metieran por donde les cupiera, esa noche se pegaron la borrachera
más tiesa de sus vidas y allí en esa borrachera fue que decidieron
ir hasta mi casa (que ya conocían) y matarme a mí también, yo que
me la paso viendo todo el día con binóculos los vi venir, cruzaron
el alambre de púas en una de tantas mañanas luminosas y entraron en
mi propiedad, yo corrí a esconderme incapaz de luchar, encontraron
una ventana fácil de romper, cortaron la malla y el papelito rojo,
me encontraron rápido entre tanta basura, yo traté de recordarles
que algún día, en algún tiempo, había florecido nuestra amistad
porque aportamos mutuo entendimiento (sé que el Mico vaciló), les
dije: «Igual que ustedes yo también he pensado mucho en la muerte
en todos estos días, entonces concédanme la gracia de decidir yo
mismo el momento, pues estoy dispuesto a trabajar por la felicidad y
entiendo la muerte como la consecuencia del advenimiento de la
felicidad», mi error fue utilizar términos complicados porque
creyeron que estaba hablando era literatura, en ellos no existía la
clemencia, raza de perdedores, siendo tan jóvenes me mataron con
unos pocos golpes dados inclusive sin furia, no hace falta golpiar
mucho ni muy fuerte para que caiga este pobre cuerpo, Marucaco se
llevó un radio transistor, fue lo único que robaron, mi madre ni se
enteró, debe haber creído que yo decidí dejarla, sé que todavía
quedaban latas de sardinas, de modo que se pare y las busque, pero es
que ella me llama y me llama y yo así no encuentro la paz nunca, esa
noche ellos volvieron a emborracharse y el Mico consiguió novia, el
otro año salen graduados nítidos, cada vez que aquí en Cali hay
tropeles ellos meten es de una, en cuántos tropeles habrán estado
juntos, en los últimos meses se han aficionado al cine y no se
pierden ninguna de Charles Bronson.
Fue
así como el crimen de Angelita Rodante quedó en el más completo
misterio.
1972
Angelitos empantanados (o historias para jovencitos), 2013.
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