Por fin. La desconocida subía
siempre en aquella parada. «Amplia sonrisa, caderas anchas… una
madre excelente para mis hijos», pensó. La saludó; ella respondió
y retomó su lectura: culta, moderna.
Él
se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su
saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó.
Ella bajó.
Se
sintió divorciado: «¿Y los niños, con quién van a quedarse?»
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