Ayer
vinieron las niñas. Todas. Entraron una a una, dejaron la casa llena de
vahídos, desmayos y suspiros apagados.
Las
sonrisas bobas tras los abanicos provocaron vientos por los pasillos y sus
voces, murmullos de hojarasca, cascada de pétalos de rosa, rebotaron en las
paredes de las estancias vacías.
Jugaron a
perseguirse con carreras locas entre nubes de seda y alamares, marcando un
minué antiguo con el toc-toc de los tacones de sus zapatos de raso.
Las niñas,
una a una, compusieron poses, mostrando con desdeñoso orgullo pesadas joyas,
matizadas por el paso del tiempo.
Después,
en silencio, igual que llegaron, salieron de mi sueño…
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