domingo, 27 de septiembre de 2020

A ti. Magda Hollander-Lafon.

Ya no me acuerdo del momento en que te conocí. La memoria me abandonó en muchas ocasiones. Sé que, al haberse construido fuera del tiempo, trance a trance, nuestra amistad se prolonga viva hasta hoy.
¿Te acuerdas de los panes enteros robados de las provisiones de Fráncfort? Más consciente tú que yo del peligro que corría, te morías de miedo por mí.
¿Y nuestra torpeza ante el telar mecánico de Zillertal, cuyo estruendo y velocidad nos daban vértigo? Pero fue, eso sí, el único lugar en esos años donde no nos trataron únicamente como números inútiles.
Qué bien recitabas poemas, con tu gran mirada soñadora. Te escuchaba con fervor, una completa ignorante a tu lado.
Aún oigo el ruido que hacían los piojos al reventarlos con las uñas, y el castañeteo de dientes por el frío y el miedo bajo la carpa helada de Ravensbrück. La muerte nos apretaba la mano con fuerza.
Cuando me faltaba valor, tu mirada me llamaba de nuevo a la vida.
¿Recuerdas con qué fuerza nos latía el corazón cuando, en el camino del éxodo, nos alejamos del convoy? Debíamos ser tres y de repente éramos cinco entre las zarzas espesas, esperando a los libertadores. Nos quedamos seis largos días sin comida en el bosque de Biscofferode. Allí tuviste miedo de que te abandonase. Dudaste de mi amistad, pues estabas muy débil, te devoraban lal fiebre y la sarna.
Tras la Liberación, nos hemos visto poco, pero el tiempo no existe para nosotras. No necesitamos excusas ni explicaciones. Hemos aprendido a leer en los labios cerrados.
Cuántos sentimientos no habría podido expresar o no harían tenido en mí la misma vida sin tu amistad.
Una sonrisa, una mirada me trasportan de alegría y esperanza. Nuestra amistad sigue siendo una fuerza para mí, y yo sigo bebiendo de esa agua viva.

 
Cuatro mendrugos de pan, 2012.

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