-La vida no tiene sentido.
-De acuerdo: no lo tiene.
-Entonces, ¿para qué vivimos?
-Vivimos sólo para eso: para
vivir, no hay más nada.
-O quizá para morir.
-No, eso es otra cosa. La muerte
es independiente.
-Mientras vivimos vamos
muriendo. Eso lo sabe todo el mundo.
-Pero no nos damos cuenta.
-Sólo cuando estamos viejos nos
parece que es así, aunque ya sea tarde. No necesitamos ese consuelo
porque ya hemos vivido.
-Por eso digo: la vida no tiene
sentido.
-Eso no puedo contradecirlo.
Aunque lo dices con cierto tono fatalista.
-¿Fatalista yo?
-Sí. Hablas como si la vida
tuviera que poseer un sentido. ¿Sentido de qué?, me pregunto.
-Pues de crear, de amar, de
tener hijos... qué se yo.
-Eso es otra cosa. Son cosas sin
sentido también.
-Ahora el que suenas fatalista
eres tú.
-Tal vez. Aunque nadie puede
considerarme un escéptico.
-Ahora sí parece que estamos
entrando en asuntos filosóficos.
-A lo mejor ése sea el mejor
sentido de la vida: el de notar su sinsentido.
-No, eso me parece una paradoja
fácil.
-Sí, una paradoja, pero no
fácil.
-Como si fuésemos la broma de
algún Dios.
-Sí, algo así.
-Entonces estamos de acuerdo.
-De acuerdo.
-Hasta luego.
-Hasta nunca.
El hombre de los pies perdidos, 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario