Si Eme no existiera habría que
inventarlo. Nadie sabe de dónde ha salido ni cuánto hace que anda
limpiando la suciedad y el mal rollo de este barrio. Siempre tiene a
punto una sonrisa espléndida y unos muy buenos días, como si en
lugar de ir de un lado para otro sacando brillo de donde no lo hay
tuviese una misión secreta que se afana en cumplir día tras día,
un propósito más allá del bien y del mal que le tiene enormemente
satisfecho.
Eme observa y saluda a todos
como si cada uno de nosotros fuese algo extraordinario, como
esforzándose en mostrar un lado amable que no consigue ocultar del
todo su auténtica naturaleza. No es ni joven ni viejo, ni alto ni
bajo, ni guapo ni feo, lo único destacable en él es una pequeña
joroba. Por lo demás Eme es normal, corriente, olvidable. Lo suyo le
ha costado.
También es muy escrupuloso con
sus escasas posesiones: una bata impecable, unos cuantos trapos y un
carrito de basurero del que asoma el mango de la escoba, que por
cierto nunca saca la cabeza de su escondite. Nadie se explica cómo
están las calles tan relucientes si a Eme nunca se le ha visto
barrer.
Al final del día, Eme sigue
teniendo a punto una sonrisa y un hasta mañana que suena algo más
siniestro de lo que debería ser un mañana. Tal vez sea por el
cansancio, o porque Eme ya está harto de interpretar a un agradable
barrendero invisible. Por eso cada noche, cuando acaba su turno, está
deseando hacer su otro trabajo, el de verdad, que consiste
básicamente en ser él mismo: primero se quita la bata y la cuelga
en una percha dentro de su taquilla. Luego inspira con fuerza y
sacude la joroba para desplegar las dos enormes alas negras
agazapadas en lo alto de su espalda. Tira del mango de madera que
sobresale del carrito y empuña con firmeza su guadaña, que no tarda
en alcanzar el triple del tamaño que tenía cuando era escoba. Eme
completa la transformación envolviéndose en una capa que hace sólo
un instante era un montón de trapos, emprende el vuelo y desaparece.
Si alguien pudiese verle ahora no se iba a olvidar de él en la puta
vida.
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