Esther se pregunta cómo sería su vida si no hubiese elegido quedarse en el andén, conservar su trabajo en la peluquería y dejar que Alberto siguiera su camino solo. Seguro que ahora sería feliz a su lado, viviría en un moderno piso en el centro de una ruidosa ciudad y tendría dos niños maravillosos. Ignora que saltamos de una página a otra de un libro, distinta cada vez, dependiendo de nuestras elecciones. Por esa razón, Esther no sabe que si hubiese subido al tren habría terminado viviendo en un cochambroso ático, él nunca habría conseguido despuntar como pintor abstracto y que una noche, debido a su afición por las velas aromáticas, el piso habría ardido con ellos dentro. Así que en vez de pasarse las noches llorando, mejor le iría si tratara con más agrado a sus clientas, si dejara de aderezar su vida con la nostalgia de las oportunidades perdidas y si le echara una segunda mirada al comercial que le vende la laca. Creedme, sé de lo que hablo. Si me hubiese empeñado en ser escritor me hubiera muerto de hambre mientras que vender productos de belleza, pues eso. Aunque quién sabe.
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