Locutorio
Que matéis guardias y chivatos, pase. Pero niños, no. Hace un
calor de espanto en este cuarto. Amatxo, joé, no hables tan
alto, que seguro que nos escuchan. Aquí huele que apesta a micrófono
escondido. Y tienen gente que sabe euskera, que les traduce. ¿Y te
dan bien de comer? Sí, amá, no te preocupes. Pues te he traído pan
de higo. Hecho por mí, ¿eh? No comprado.
Señora, haga el favor de despedirse. Ya han transcurrido los
cuarenta y cinco minutos. ¿Tan pronto? Oiga, que es mi hijo. Señora,
no complique las cosas. Vete, amatxo, que si no estos
cabrones no me dejarán verte la próxima vez.
Autobús de vuelta
La carretera discurría por un terreno ondulado. Campos de la
provincia de Burgos, abrasados por el sol de agosto. Ni un árbol. Ni
una casa. Sequedad. Una nube de polvo a lo lejos, al paso de un
tractor solitario.
Si esto sería Eukal Herria poníamos ahí un bosque y
todo verde, con una sombra rica, me cago en Dios. ¿Qué dice ése?
Bah, no le hagas caso. ¡Gol, gol, gol, gooooooool! del Betis que
inaugura el marcador y ¡qué golazo! Los de alante, decirle
al conductor que baje la radio. ¡Tostón de fútbol!
¿Y me tendré que meter estas palizas de viajes? Maritxu, hay que
levantar el ánimo. Yo tengo mucho orgullo de ser la hermana de una
gudari. Claro, claro, pero que no maten niños. Guardias civiles, los
que quieras. Bueno, Maritxu, si vamos a eso piensa en los que nos
mataron ellos en Gernika en el 37. No haber empezado.
¿Qué dice ésa? ¿Quién, la Maritxu? Se come el tarro cosa
mala. Es que es su primer viaje. Que hable con el cura. Yo he ido
muchas veces ande el cura a preguntar si hay pecado mortal
en la lucha armada y a mí el cura siempre me ha dicho tranquila,
Puri, que en cuanto consigamos nuestros derechos habrá paz. ¿Lo
oyes, Maritxu? No sé, no sé. ¿Cuánto falta pa Vitoria?
Una hora. ¿Todavía?
Plaza del pueblo
Una pancarta de plástico cubría la barandilla del quiosco.
Llevaba allí desde antes de las fiestas, hacía más de un mes. A
los nombres de siempre los chavales habían añadido a brochazos el
del hijo de Maritxu. Tan, tan, tan: las nueve de la noche en el reloj
del campanario.
El alcalde peneuvista venía con su hija por los soportales,
chupando los dos un helado de cucurucho, y se acercó a los del
autobús. ¿Qué, buen viaje? Un calor de la de Dios. Alcalde, no te
hagas el bueno, que no te vamos a votar. ¿Cuándo es el juicio? El
quince. No os preocupéis por los gastos, ¿eh? El ayuntamiento está
para lo que haga falta.
Audiencia Nacional, sala tercera, el 15 de septiembre.
A Maritxu cuando metieron a su hijo esposado en la pecera por poco
se le escapa una lágrima. Venían soltando carcajadas él y otros
dos, y como empezaron a saludar al grupo y el grupo a ellos, aúpa
valientes, Maritxu ya se quedó como más tranquila. ¿Te emocionas?
¡A ver!
Y el juez, pumba, pumba, venga a pegar con la maza, y silencio, y
los procesados, puño en alto, cantando el Eusko gudariak.
Este tribunal del Estado fascista español no lo reconocemos. ¿Qué
ha dicho? No van a colaborar con los aparatos represivos, eso seguro.
Yo a mi hijo le veo que ha enflaquecido. Me he de enterar si lo han
torturado. La armo, ¿eh?, vaya si la armo.
Gasolinera
¿Veis aquel tajo entre los montes? De ahí pallá,
España pues. De ahí pa este lado, la patria de los vascos.
Y mientras no lo acepten habrá hostias. Y que se metan la democracia
por el culo.
Maritxu miró hacia donde señalaba el viejo de la chapela. Divisó
unas pendientes escarpadas, con mucha roca y algo de pinos. Volaban
dos aves carroñeras por encima de una cumbre. Ya se estaba metiendo
el sol por detrás.
Y que se vayan preparando porque a los vascos, cuando se nos mete
una idea en la cabeza, no hay Dios que nos la saque.
A Maritxu le venían recuerdos de cuando era niña. En casa del
viejo, viviendo Franco, ponían en el balcón la bandera española.
Si había procesión allí iban, en primera fila con boina roja, y
ahora esto.
Por fin sale del servicio la hermana de Begoña. Maritxu lleva
desde por la mañana con ganas de preguntarle. Pues me tiene dicho
que se casará con tu hijo cuando salgan de la cárcel. Si les cae un
montón de años será difícil. Depende. ¿Depende de qué? De que
ETA fuerce la amnistía y de que ellos trabajen para la reducción de
pena. Que Dios te oiga.
En casa
Pastillas contra el trancazo. Una después de cada comida con un
buen trago de agua. Contraindicaciones: todo en castellano retorcido.
El de la tele lo entiendo, pero esto es chino pa mí. El
teléfono. Se llevó tal susto que casi se le cae el frasco al suelo.
Veintiocho años, Maritxu. ¿Quééé? Me moriré de vieja y
todavía lo tendrán encerrado. Tranquila porque en la práctica son
ocho o nueve. ¿Y Begoña? La dejan libre. ¡Gracias a Dios que por
lo menos una se salva! No le han podido probar que conocía el
contenido de la bolsa. Joxian, bien. No te preocupes, ¿eh? Estate
orgullosa del hijo que pariste, Maritxu. Bueno, agur. ¿Oyes la
juerga que hay detrás mío? Andamos celebrando la puesta en
libertad de Begoña.
No habían pasado ni dos horas y ya estaban los chavales
encartelando las paredes del pueblo con la foto de su hijo. Caía
sirimiri y le pareció mejor no salir, por el trancazo; pero se asomó
al balcón con un paraguas y de pronto le molestó que le hubieran
puesto Potolo. Se llama Joxian y punto. Potolo ni leches. Miró el
retrato de su difunto marido en la pared de la sala. Venía de Tolosa
en moto, hace ya bastante tiempo, en el 76. Llovía más que hoy y
patinó. Joshé, al hijo le han metido veintiocho tacos. Pa que
sepas.
El vidrio que protegía la foto estaba rajado. A raíz del
registro. Los guardias metían la mano por todo. Miraron hasta en el
congelador. Sinvergüenzas. Se les cayó el cuadro o lo tiraron. Uno
con un bigote negro le resultó a Maritxu tan asqueroso que, en
cuanto se fue, ella tiró toda la comida congelada a la basura. De
donde había tocado aquel fulano no comía ella ni loca. Y Joxian por
supuesto en Francia. Qué se creían, que iba a estar aquí esperando
a que lo cazarían.
Joshé, en la foto, tenía unas orejas que sólo le falta
menearlas pa echarte a volar. Mira que eras chaparro. En
cambio, Joxian si no se agacha se da con la frente contra lo de
arriba de las puertas. Que no se me olvide ponerle una vela a Ignacio
pa que no me lo lleven a Canarias. Todo menos a Canarias,
Joshé, el fin del mundo. Mañana lo dirán en los periódicos. Y
aquellas criaturas destrozadas no me las saco del pensamiento. Mejor
que te mataste en la carretera, así no has tenido que enterarte. Los
críos hay que dejarlos fuera del conflicto, ¿eh, Joshé? Ahora que
igual no fue Joxian sino otro del talde el que apretó pa
que explotaría. ¿Se lo pregunto en la próxima visita o tú
qué dices?
En el mercado
Potolo askatu por aquí, Potolo askatu por allá.
Y en el balcón del ayuntamiento una foto de Joxian tan descomunal
que cogía media fachada. ¿Ésa es la madre de Potolo? Señora,
venga. Maritxu iba de puesto en puesto. No había forma de que le
aceptaran el dinero. Tenía el carrito con ruedas lleno de verdura y
fruta y aún le daban más. A cada rato levantaba la mirada al
cartelón con la cara de su hijo y ya la estaban llamando de nuevo.
Tome esta bolsa de nueces. Tome estos perretxikos. Hasta un
manojo de calas le dieron. A una casera que vendía queso de caserío
se atrevió a decirle vivo sola, no necesito más. La otra se enfadó.
Que si les había cogido a las demás que por qué a ella no.
Al rato, en el portal, y al día siguiente, en casa
Tenía el buzón de metal cuatro agujeros en la parte de abajo
para saber si había carta. Y había algo blanco dentro, así que
carta o propaganda. Pero abrió y no. Nada más ver el muñeco
Maritxu pensó si sería un regalo. Igual una niña del vecindario
que le mostraba su apoyo, pero luego leyó la nota atada con un hilo
al cuello y comprendió. El muñeco le cabía en la palma de la mano.
En recuerdo de los que mató Potolo. Le habían pintarrajeado la cara
y las ropitas con tinta roja. Le faltaba una pierna y un brazo.
Por la mañana Maritxu buscó el muñeco en el cubo de la basura
para enseñárselo a Begoña. Qué asco, chica, no aparece. ¿Cómo
era? Pequeño-pequeño, de plástico rosa. Nada del otro mundo. Pues
juguetería en el pueblo no hay. Por si acaso voy a preguntar en las
tiendas de chucherías si se acuerdan de alguien que haya comprado un
muñequito. Chica, ¿no quieres llevarte una lechuga? Fíjate cuántas
me regalaron. Maritxu, a Joxian nada, ¿eh? Si se entera de que te
andan molestando se pondrá triste. Yo, como una tumba. A mí estas
bromas me dejan fría, qué te crees. Bueno, me voy a preguntar por
ahí. Llévate una lechuga y un par de puerros, haz el favor.
Locutorio
No sabía que te llamas Potolo. ¡Con lo flaco que eres! Cosas
nuestras, amá. Pues pa mí eres Joxian y de ahí no me saca
nadie. Hace un frío que pela en este cuartucho. Me parece que la
otra cárcel era mejor. No creas. ¿Cuánto tiempo nos queda? He
entrado a menos veinte, ¿verdá? Ya no me acuerdo, pero no te
preocupes. Hasta que no vengan a echarte aquí seguimos. ¿Te ha
contado Begoña lo del homenaje? Algo me ha dicho. Los del pueblo no
sabes cómo te adoran. Como a un héroe. Está bien saberlo, eso se
agradece. Hablaron varios dirigentes y al final subieron al quiosco
dos chavales con la cara tapada a prender fuego a una bandera de
España, que espero yo que no tengamos lío por eso.
Señora, le comunico que se ha agotado el tiempo de visita. No
puede ser. ¡Pero si he entrado a menos diez! Amatxo, por
favor, no me montes el mismo circo cada vez que vienes.
El descansillo
Los últimos escalones los subió buscando la llave dentro del
bolso. Sería por eso, y porque además venía cansada del viaje, que
no lo vio hasta poner el pie encima del felpudo. Algo abultaba
debajo. ¡Concho! Esta vez al muñeco le faltaba la cabeza. La nota
había sido atada a una pierna con un hilo como el de la vez
anterior. En recuerdo de… No quiso seguir leyendo. ¿Para qué?
Tiró el muñeco por el hueco de la escalera. A la media hora o por
ahí bajó al portal a recogerlo. Para enseñárselo a Begoña. En el
suelo del portal el muñeco ya no estaba.
En el pueblo no se venden juguetillos como el que dices, pero da
igual porque sea quien sea el canalla lo vamos a pillar. Yo me
encargo, Maritxu. Lo mismo si son policías como si es un pasao
de listo.
A la mesa de la sala
Y va pa un año que estás preso y te echo mucho de
menos, qué va a decir una madre. Y ya no sé qué más escribirte
por hoy y termino porque a mí me gusta más hablar, yo escribir es
que no.
Joshé, la cara partida por la raja del vidrio, miraba como miraba
siempre. ¿Qué miras, Joshé? En vida eras más callado que un
armario. Pues no has cambiado nada. ¿Qué piensas? Le cuento lo de
la Begoña, ¿sí o no?
Perras, eso es lo que son. Pobre Joxian.
La había visto en fiestas a la cola de una charanga. La cara roja
de haber pimplado, seguro. El novio en la cárcel y ella de fiesta,
sudando como una perra.
Que eso es lo que son, Joshé. Unas perras babosas. A cada lado la
agarraba un hombre. Todos y ella y su hermana, otra del mismo equipo,
con las camisas mojadas de sudor. ¿Eso son gudaris? Y Joxian en la
cárcel. Veintiocho años. Lo mejor de la vida sacrificado por la
patria vasca. Y la novia meneo paquí, meneo pallá
a las diez y pico de la noche, cuando las mujeres decentes ya están
recogidas.
¿Se lo cuento, Joshé? ¿Tú qué crees? El día que respondas
pasará una bandada de obispos volando sobre el pueblo. Callado y
chaparro. ¡Qué cruz!
A la vuelta de misa
¡Maritxu! ¡Puri! ¿Qué tal? Ya ves.
A la Puri últimamente no la veía. Desde que soltaron a su hijo
ella ya no se apuntaba a los viajes.
Lo tengo en Bilbao, metido en una editorial que saca libros y
discos. Pero no reinsertado, ojo, que se tragó entera la condena. El
otro día me vino la del bodegón, que es tonta perdida esa mujer. Va
y me pregunta con retintín si mi hijo es de los que se han acogido a
la reinserción. ¿Eso te dijo? Eso. Me la quedé mirando con una
rabia que ni pa qué. Te juro que no le arrimé una manotada
de milagro.
En varios balcones y ventanas colgaba el cartel que pedía el
traslado de los presos a Euskal Herria. Maritxu tuvo que pedirles
otro a los de la herriko taberna porque el primero se conoce
que lo ató mal. A los pocos días se levantó viento y adiós muy
buenas.
Oye, ¿te siguen molestando? Hace tiempo que me dejan tranquila.
Seguro que son los de la Asociación de Víctimas, menuda pandilla de
sinvergüenzas. ¿Tú crees? ¿Quién, si no? De un tiempo a esta
parte no he tenido ataques. Será porque la novia de Joxian dio aviso
y unos chavales me han estado vigilando el portal desde la casa de
enfrente. Bien hecho. Igual es que ya no se atreven. Hay que darles
caña, Maritxu, pa que paren de machacarnos.
En la pared, mojada por la lluvia, le sonreía la foto de su hijo.
La Puri hablaba otra vez del suyo: Bilbao, editorial, mucho pa
la cultura vasca. Por encima de su hombro, Potolo askatu. A
Maritxu aquello la irritaba a más no poder. Vamos, que cualquier
noche salgo a la calle con una lata de pintura a borrar lo del Potolo
de marras y escribir encima Joxian.
Al ir a confesar
La debían de andar siguiendo a escondidas porque, si no, ¿cómo
iban a saber que ella se sentaba últimamente al lado de la columna?
En tiempos las mujeres se sentaban a la derecha, los hombres a la
izquierda. Al entrar, Joshé le ofrecía agua bendita en la mano para
que ella se mojara los dedos, y enseguida él a un lado y ella al
otro. Ahora ya no, ahora se sientan todos donde les da la gana.
Maritxu se quedó con la costumbre. Pero hacía cosa de un mes que se
pasó a la izquierda. Le cogió gusto al sitio porque allí la
estatua de san Ignacio le pilla más cerca. Ignacio, le decía en
susurros. Y además podía verle la cara mejor en la poca luz de la
iglesia. Ignacio, sácamelo cuanto antes de la cárcel. Ignacio,
cuídamelo. Con ningún otro santo tenía Maritxu tanta conversación.
Lo primero, como siempre, encender la vela. Y después, chin,
solía caer la moneda dentro del cepillo. Estaba apagada la bombilla
del confesionario, así que a esperar. Alguien debía de espiarla,
alguien que le iba por detrás, alguien que sabía. Nada más
sentarse la vio: una cabecita que al principio pensó si sería una
bola de chicle en el suelo. No la quiso tocar por si estaban frescas
las manchas rojas. Y la nota de las puñetas. Que la lea su padre.
Sintió un pinchazo en el corazón. Ya miraba a todos lados. A los
bancos vacíos. A una vieja que entró santiguándose. A las columnas
por si había gente detrás. Al púlpito. Al retablo. Ignacio, ¿quién
me hace esto? Adiós confesión. Salió a toda prisa por miedo a
pegar un grito en medio de la iglesia.
A casa de Begoña
Atajó por el frontón. A ver si la pesco antes que salga pal
trabajo. Había una cuadrilla de abertzales subidos a un andamio. Ya
tenían pintadas la serpiente y el hacha, y estaban poniendo las
siglas. Hostia, Maritxu, ¿ande vas tan corriendo? Soltó el
bote de pintura y haciendo payasadas se le vino encima a estamparle
dos besos con olor a tabaco. Quita, indio, que tengo prisa. Uno pa
ti y otro pa Potolo cuando lo veas. Pa Joxian, si no te
importa.
En el rincón jugaban a pala dos chavalines.
Destrozados. Cuando supe que Joxian había andado en eso, uf…
Pues es lo que más castiga Dios, Maritxu. Los niños son sagrados.
Me lo figuro, Ignacio. Pero entiende que es mi hijo y que no tengo
otro.
La saludaron al cruzar la plaza. No se enteró.
Como no me ayudes no sé qué va a pasar. Dile a Dios que renuncio
a la gloria si no le perdona. Mucho pides. Oye, que tú de joven
también fuiste balarrasa, ¿eh?
Soy yo. Le abrieron el portal, luego la puerta del piso. Una barba
hasta medio pecho, con gafas y fumando. Más feo, imposible. ¿Y
Begoña? En el currelo. Había otro en paños menores y con pinta de
marrano al fondo del pasillo. Salía olor a café reciente. ¿Quiere
dejar un recado? Le picaban las ganas de preguntar, pero se mordió
la lengua. Éstos, del pueblo, no son. ¿Les habrá dejado dormir
aquí? Capaz.
Locutorio
Eso no quiere decir nada, amatxo. Y además si vienes a
contarme historias raras prefiero que no vengas. ¿Por qué, si es la
verdá? Pues porque me dejas hecho polvo. Cuentas unas cosas
y otras te callas. ¿Qué me he callado yo? Lo sabes de sobra, no me
vengas con chorradas. ¡Como no te expliques…! ¿Recibiste la
postal? No cambies de tema. Por lo visto te anda acosando el enemigo
y no me habías dicho nada. Ah, ¿eso? También te he preguntado yo
otras veces si te torturaban y no me has respondido. ¿Te parece poca
tortura estar aquí encerrado? Oye, no vamos a empezar a discutir,
¿no?, que tampoco nos vemos tanto.
Miraba a su hijo y no sabía qué decirle.
Al de la Puri le ha dado un trabajo el Gobierno Vasco. Con su pan
se lo coma. ¡Ay, hijo, qué seco estás hoy!
Se le acabó el tiempo, señora. Pensaba protestar, pero en esto
vio que Joxian se marchaba sin despedirse. Se quedó muda, vacía, y
aún le esperaba un viaje de más de seis horas.
En la cocina
¿Cómo coño puedes ser tan ciega? Oye, no me chilles, ¿eh? ¿Que
no te chille? ¡Si nos has jodido la relación! ¿Yo? Tú, que metes
hombres en tu casa. ¡Ay, amá, qué hombres ni qué ocho cuartos!
¿No sabes que eran compañeros de lucha? Claro, claro. Como hay Dios
que lo sabías. Deja a Dios en paz, que no te ha hecho nada. Ya me
huelo de dónde te vienen las ganas de pensar mal. Nunca te gustó
que yo saliera con Joxian. ¿A mí qué más me da? Te lo noté desde
el principio, Maritxu, desde la primera vez que pasé por esa puerta.
Tú qué vas a notar. Naturalmente que lo noté. ¿Te crees que soy
tonta? Pues pa que te enteres, él andaba detrás mío
y no al revés, él me pedía: ¿qué, salimos?, y tú ahora has
metido cizaña y el pobre está con una depresión de caballo, con lo
frágil que es. Mi hijo ¿frágil? ¿De dónde sacas tú eso? Por
favor, Maritxu, abre los ojos. Pues estuve ayer con él y nada. ¡Cómo
que nada, si me lo ha contado todo por teléfono! ¿Qué te ha
contado? Que te dejó plantada. No es verdá, ya era la hora
de irme. Mira, Maritxu, lo creas o no, y si lo crees bien y si no
también, yo no le pongo los cuernos a mi novio. Es todo lo que tengo
que decirte y me voy y lo mejor es que tú y yo no nos veamos durante
una temporada.
En el pasillo, bajo la lámpara de cinco tulipas, se paró de
golpe. Maritxu, tiesa, dura, le sostuvo la mirada.
Una cosa antes de irme. Suelta lo que quieras. ¡Ya has dicho
tanto!
Begoña hacía que no con la cabeza.
Lo de los muñecos me da que te lo has inventado. ¿Algo más?
Dices que te ponen muñecos con sangre. Pues yo hasta la fecha no he
visto ni uno. Chica, es que ni uno. Muy misterioso, ¿no? Será que
me los como con pan y cebolla. Sola, por fin. Que me dejen en paz,
que se vayan todos a freír churros. ¿Tú qué piensas, Joshé? En
una cosa tiene razón. Me cae fatal. Ésa no es pa Joxian,
¿verdá, Joshé?
Los peces de la amargura, 2006.
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