martes, 22 de marzo de 2022

Familia numerosa. Fernando Iwasaki.

El viernes pasado se me hizo tarde en la oficina y decidí comprar algo de postre para aplacar a la tribu, pues a mi familia siempre le revienta que llegue a almorzar después de las tres. El edificio estaba prácticamente vacío, pero en la sexta planta subió una pareja con sus tres niños, todos muy veraniegos como si fueran a pasar el fin de semana en la playa. Les sonreí avergonzado, pensando en lo que me diría mi mujer si hubiera visto a ese padre abnegado y ejemplar que no era como yo.
De pronto el ascensor se atascó. Primero apretamos la alarma. Nada. Luego probamos llamar a través de los móviles, pero no había cobertura. Cuando me puse a gritar pidiendo auxilio me di cuenta de que los niños lloraban. Eran casi las cuatro de un viernes de agosto. El conserje ya se habría marchado y dentro del ascensor el calor era de una ferocidad africana.
Me irritaban esos padres más preocupados en rezar que en buscar soluciones prácticas. El tiempo transcurría espeso, el aire se volvía turbio y los niños comenzaron a vomitar en sus baldecitos de playa. Un olor a papillas fermentadas invadió el ascensor y empecé a sentir arcadas. «¿Tiene usted hijos»?, me preguntó de pronto aquel hombre santurrón y silencioso. «Tengo tres como tú», respondí antipático. «Entonces también rezaremos por ellos», me prometió con una sonrisa que me sacó de quicio. «Tremendo huevón», pensé. Sus hijos estaban mal, con suerte podrían rescatarnos al día siguiente y en el peor de los casos a primera hora del lunes. Y el muy idiota sólo pensaba en rezar. Antes de perder el conocimiento aún alcancé a ver a aquel hombre rezando, abrazado a los cuerpos desvanecidos de su familia.
Recuperé la conciencia en un cuarto de hospital, enchufado a una botella de suero y recibiendo las reprimendas cariñosas de mi mujer, que se congratulaba de haber tenido la ocurrencia de acercarse a la oficina y avisar así a los bomberos. «Ha sido un milagro —me pareció escuchar—, porque el verano pasado murió una familia entera en el mismo ascensor».

Ajuar funerario, 2004.
 

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