lunes, 26 de diciembre de 2022

La feria de los animales. Robert Bloch.

Era ya oscuro cuando el camión dejó a Dave en el abandonado depósito de mercancías. Dave tuvo que mirar de soslayo para leer lo que señalaba el letrero medio borrado por la intemperie. MEDLEY, OKLAHOMA - POBLACIÓN, 1.134.
El camionero había dicho que probablemente conseguiría que alguien le llevara a la carretera estatal, pasado el otro extremo del pueblo, así que Dave enfiló la calle mayor. Y vaya calle.
Las nueve de una cálida noche de verano, y Medley estaba cerrado ya, Fred’s Eats había echado el cerrojo, el Jiffy SuperMart había bajado las puertas, incluso la gasolinera de Phil Phill-Up estaba vacía. No había coches aparcados en la oscura calle, ni siquiera estaban los habituales grupos de jóvenes en las esquinas.
Dave se preguntó qué estaba pasando, pero no durante mucho tiempo. En menos de cinco minutos había cubierto la longitud de la calle mayor, y salió a campo abierto al otro lado de la ciudad, y fue entonces cuando vio las luces y oyó la música.
Estaban celebrando un carnaval en la pequeña feria allá delante… música enlatada vociferando por los altavoces, coches atiborrando el aparcamiento, multitudes yendo y viniendo por la feria.
A Dave no acababan de gustarle aquel tipo de celebraciones, pero aún tenía ochenta centavos en los bolsillos de sus tejanos y no había comido nada desde el desayuno. Tomó la carretera secundaria que conducía a los terrenos donde estaba instalada la feria.
Como había imaginado, el carnaval era de lo más basto. Uno de aquellos horribles espectáculos, que viajaban en camiones de pueblo en pueblo; un par de agotados poneys para que montaran los chicos, y un montón de señuelos para los patanes locales. La rueda de la fortuna, Tiro al blanco, Pruebe su suerte, ese tipo de cháchara. Por aquel entonces Dave había encontrado un puesto de hamburguesas y había pedido una y un café. Horribles.
Pero no al parecer para los habitantes de Medley, Oklahoma — Población 1.134. Toda la maldita ciudad estaba allí aquella noche, y probablemente también todos los patanes de kilómetros a la redonda, arrastrando los pies y empujando por la calle principal de la feria. Dave tuvo que arrastrar los pies y empujar también para conseguir llegar al otro lado del recinto.
Y allí estaba, en el extremo más alejado, una pequeña tienda roja con una minúscula plataforma delante. Colgando flácidamente en el quieto aire, una pancarta descolorida por el sol proclamaba las maravillas del interior.
EL SAFARI DE LA JUNGLA DE HOLLYWOOD DEL CAPITÁN RYDER, rezaba la pancarta.
Dave desconocía lo que era un Safari de la jungla de Hollywood, y los arrugados carteles de tela que colgaban a ambos lados de la entrada no eran de mucha ayuda: un dibujo de un tipo en traje de explorador, luchando con una gran serpiente enrollada en torno a su cuello… el mismo individuo sujetando las abiertas fauces de un cocodrilo… otro dibujo mostrándole en trance de forcejear con un león. El último cartel mostraba al tipo de pie junto a una caja; dentro de la caja había un negro y peludo signo de interrogación, de casi dos metros de altura. Las letras que acompañaban el dibujo eran también negras y peludas ¿QUÉ ES? ¡VEA AL PODEROSO MONARCA DE LA JUNGLA VIVO EN EL INTERIOR!
Dave no sabía qué podía ser, ni le importaba. Pero había estado dando tumbos por aquellas malas carreteras durante todo el día y estaba cansado, y el ruido de los altavoces de la feria hacían que le dolieran los oídos. Al menos aquí había alguna especie de espectáculo desarrollándose dentro, y cuando vio la abertura entre la lona y el suelo en un rincón de la tienda no lo dudó y se metió dentro.
La tienda era un horno de lona.
Dave pudo oler aceite en el aire; en las cálidas noches de verano en Oklahoma uno siempre puede olerlo. Y la multitud reunida allí olía aún peor. Él tenía una disculpa para oler mal, dando tumbos por aquellas carreteras y sin poder tomar un baño, pero ¿cuál era la excusa de ellos?
La multitud estaba apiñada en torno a la base de un escenario portátil de madera en la parte del fondo de la tienda, escuchando las palabras del Capitán Ryder. Al menos Dave imaginó que era él, aunque el tipo con el salakof de imitación y los sucios pantalones blancos de montar no se parecía demasiado a los dibujos de la entrada. Estaba lanzando una de esas peroratas con un tono de voz ronco, áspero, propio de aquellos que hablan sin micrófono —algo acerca de ser un especialista de Hollywood y un explorador africano—, y no había ni serpiente ni cocodrilo ni león alguno a la vista.
La hamburguesa que se había comido con un par de sucintos bocados empezó a agitarse en sus tripas, y entre el calor producido por los cuerpos y el olor tuvo la sensación de que iba a devolverla allí mismo. Empezaba a darse la vuelta y abrirse camino por entre la gente apiñada cuando el hombre arriba en el escenario golpeó las tablas con su bastón.
—Y ahora, amigos, si se acercan un poco más…
La gente avanzó al unísono, como las cerdas de una gigantesca escoba, y Dave se encontró apretado y conducido hacia el borde del pozo cuadrado cubierto con una lona que había al extremo de la plataforma. No podía moverse ni aunque lo intentara; todos aquellos patanes se habían arracimado hasta formar una sola masa, aguardando.
Dave aguardó también, pero dejó de oír la voz en la plataforma. Toda aquella cháchara acerca de la tenebrosa África era pura farsa. Quizás aquellos payasos se lo tragaran, pero Dave no creía ni una palabra. Simplemente deseó que el viejo tipo se apresurara y terminara de una vez el espectáculo; todo lo que quería era salir de allí.
El Capitán Ryder golpeó con su bastón la lona que cubría el pozo, y su voz ronca y áspera se elevó de nuevo. El calor hizo que Dave bostezara abiertamente, pero algunas de las frases se filtraron hasta él.
—… a punto de ver aquí esta noche al más feroz monstruo de todo el mundo… capturado con gran peligro de mi vida…
Dave agitó la cabeza. Sabía lo que habría en el pozo. Algún miserable animal comprado de segunda mano a cualquier circo, quizás alguna famélica hiena. Y apostaba dos contra uno a que ni siquiera estaría viva, sino disecada. Vaya espectáculo.
El Capitán Ryder retiró la cubierta de lona y la echó a un lado del pozo. Blandió su bastón.
—¡Admiren… al señor de la jungla!
La multitud se apretó hacia adelante, empujó, miró por encima del borde del pozo.
La multitud jadeó.
Y Dave, apretando y empujando con los demás, miró a la criatura que le miraba parpadeante desde el fondo del pozo.
Era un gorila adulto, vivo.
El monstruo estaba acuclillado sobre un montón de paja, con sus recios antebrazos sujetos a estacas de hierro mediante pesadas cadenas. Bostezó mirando hacia arriba a la hilera de rostros, moviendo lentamente su gran cabeza grisácea de lado a lado mostrando el amarillento interior de su enorme boca y las masivas mandíbulas. Sólo los pequeños y reumáticos ojos orlados de rojo contenían una chispa de expresión… la suficiente para decirle a Dave, que nunca antes había visto a un gorila, que aquel animal estaba enfermo.
La apelotonada paja en la base del pozo estaba húmeda y manchada; en un rincón un abollado plato de hojalata permanecía sin haber sido tocado, con su superficie llena de una grumosa bazofia hecha de zanahorias trituradas, quimbombó, y trozos de nabo flotando en un líquido oleoso debajo de una zumbante nube de moscardones. En el denso calor de la tienda, el acre olor que brotaba del pozo era casi insoportable.
Dave sintió que los músculos de su estómago se contraían. Intentó forzar su atención hacia el Capitán Ryder. El viejo tipo estaba saliendo del escenario ahora, avanzando hacia la parte trasera del pozo y señalando hacia abajo con su bastón.
—… nada que temer, amigos, como pueden ver está perfectamente inmovilizado, ¿no es así, Bobo?
El gorila lloriqueó, echándose hacia atrás contra la sucia paja para evitar el bastón que lo apuntaba. Pero las cadenas limitaban sus movimientos, y el bastón se clavó en uno de los velludos hombros de la bestia.
—Y ahora Bobo va a bailar un poco para el distinguido público… ¿de acuerdo? —El gorila lloriqueó de nuevo, pero la punta del bastón se clavó más profundamente, y la ronca voz adoptó un tono firme de mando.
—¡Arriba, Bobo… arriba!
La criatura se puso trabajosamente en pie. Al ritmo del bastón que se elevaba y se abatía sobre sus hombros, el voluminoso cuerpo empezó a bambolearse. La multitud hizo ohs y ahs y rió tontamente.
—¡Eso es! Baila para nuestros amigos, Bobo… Baila…
Un enjambre de moscas ascendió en espiral para empezar a girar en torno a la velluda forma que se agitaba en medio del calor. Dave vio a la bestia enferma moverse con torpeza, de un lado para otro, de un lado para otro. Entonces su estómago empezó a agitarse al mismo ritmo, en respuesta, y tuvo que cerrar los ojos y volverse y abrirse camino ciegamente entre la murmurante multitud.
—¡Hey… mira donde demonios pones los pies, amigo…!
Dave alcanzó el exterior de la tienda justo a tiempo.
Haberse librado de la hamburguesa ayudó algo, y haberse alejado de la feria también ayudó algo, pero no lo suficiente. Mientras Dave avanzaba por la carretera entre los campos sintió que volvía la náusea. Aspirar el aire saturado de aceite lo mareaba, y supo que debía tenderse al menos durante unos minutos. Se dejó caer en la cuneta junto a la carretera, escudándose detrás de unas malezas, y cerró los ojos para detener la sensación de estar girando. Sólo un minuto…
El mareo desapareció, pero tras sus ojos cerrados podía ver aún al gorila, podía ver el rostro carente de expresión y los ojos demasiado expresivos. Unos ojos que miraban hacia arriba desde el montón de sucia paja en el pozo, ojos empañados por el dolor y la desesperanzada resignación, mientras las cadenas resonaban y el bastón se clavaba una y otra vez en los velludos hombros.
Debería haber alguna ley, pensó Dave. Debería existir algún tipo de ley que detuviera esto, tratar a un pobre animal de este modo. Y ese viejo tipo, el Capitán Ryder… debería haber alguna ley también para un animal como él.
Oh, al infierno con todo. Será mejor que dejes de pensar en todo esto y descanses un poco. Otro par de minutos no te van a hacer ningún daño…
Fue el trueno lo que finalmente lo despertó. El trueno lo devolvió de golpe a la consciencia, y entonces notó las calientes y gruesas gotas golpeando contra su cabeza y rostro.
Dave se puso en pie y el viento le azotó, silbando entre los campos. Debía haber dormido durante horas, porque todo estaba completamente oscuro, y cuando miró hacia atrás las luces de la feria estaban apagadas.
Por un instante el cielo adoptó un color plateado y pudo ver la lluvia cayendo intensamente. Entonces el trueno sonó de nuevo, transmitiéndole el mensaje. No se trataba tan sólo de una lluvia de verano, era una auténtica tormenta. Otro minuto y estuvo completamente empapado. Cuando llegara a la carretera estatal podía haberse ahogado, y tampoco iba a encontrar a nadie que lo llevara. Nadie viaja con ese tiempo.
Dave se subió la cremallera de su chaqueta, se levantó el cuello. No ayudó mucho, como tampoco ayudaría el echar a andar carretera adelante, pero tenía que hacer algo. El viento soplaba por su espalda y aquello sí era una ligera ayuda, pero avanzar contra la lluvia era como andar intentando atravesar una pared de agua.
Otro detalle de un relámpago, otro retumbar de un trueno. Y luego los destellos y los retumbos se entremezclaron y se hicieron continuos; luego la luz se hizo más brillante y el sonido cubrió el silbar del viento y el golpetear de la lluvia.
Dave miró hacia atrás por encima de su hombro y vio la fuente de ambas cosas. Los faros y el motor de un camión avanzando por la carretera a sus espaldas. Cuando estuvo más cerca Dave se dio cuenta de que no era un camión; era un camper, una de esas camionetas con el habitáculo detrás y la cabina del conductor delante.
Pero ahora le importaba un pimiento lo que fuera con tal de que se detuviera y lo recogiera. Cuando el camper pasó por su lado, Dave se adelantó y agitó los brazos.
El camper frenó y se detuvo. La oscura silueta de la cabina se inclinó desde detrás del volante y una mano bajó el cristal de la ventanilla del lado del pasajero.
—¿Quieres que te lleven, muchacho?
Dave asintió.
—Sube.
La portezuela se abrió y Dave trepó a la cabina. Se deslizó en el asiento y cerró tras él.
El camper se puso en marcha de nuevo.
—Cierra la ventanilla —dijo el conductor—. Está entrando la lluvia.
Dave hizo lo indicado, luego deseó no haberlo hecho. El aire en el interior de la cabina estaba cargado de olores… no tan sólo sudor, sino algo más. Dave reconoció el olor incluso antes de que el conductor sacara la botella del bolsillo de su chaqueta.
—¿Quieres un trago?
Dave negó con la cabeza.
—Licor de maíz recién destilado. Sabe como el mismísimo infierno, pero es mejor que nada.
—No, gracias.
—Tú mismo. —La botella se inclinó y gorgoteó. Los faros se reflejaron al otro lado de la carretera en una curva, al frente, y relucieron contra el cristal del parabrisas, contra el cristal de la botella. En aquel momentáneo resplandor Dave tuvo una breve visión del rostro del conductor, y el destello de luz trajo consigo un destello de reconocimiento.
El conductor era el Capitán Ryder.
El trueno rugió, haciendo retumbar el cielo, y el pesado camper penetró en la lisa superficie barrida por la lluvia de la carretera estatal.
—¿… qué pasa contigo, eres sordo o qué? Te he preguntado a dónde te diriges.
Dave se sobresaltó.
—A Oklahoma City —dijo.
—Tienes suerte. Allí es precisamente donde voy yo.
Una suerte relativa. Dave no había dejado de pensar en el viejo tipo, recordando al gorila en el pozo. Odiaba las agallas de aquel bastardo, y la idea de ir con él todo el viaje hasta Oklahoma City hacía que el estómago se le revolviera de nuevo. Por otra parte, no le iba a ser de ninguna utilidad a su estómago el quedarse allí en la pradera en medio de la tormenta, así que al infierno. Una rápida ojeada a la tromba de agua que caía reafirmó su decisión.
El camper dio un bandazo y Ryder sujetó fuertemente el volante.
—Muchacho… vaya bache.
Dave asintió.
—¿Viajas así a menudo?
—Oh, no —dijo Dave—. Este es mi primer viaje de este modo. Voy a reunirme con un amigo en Oklahoma City. Imagino que a partir de allí iremos hasta Hollywood juntos…
—¿Hollywood? —la ronca voz bajó aún más su tono—. ¡Vaya maldito lugar!
—¿Pero no viene usted de allí?
Ryder alzó bruscamente la mirada, y la luz reflejó por un breve instante su fruncido ceño. Viéndolo tan de cerca, Dave se dio cuenta de que no era tan viejo; era algo distinto al tiempo lo que había surcado su frente y marcado las amargadas arrugas en torno a sus ojos y boca.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Ryder.
—Bueno, estuve en la feria anoche. Vi su espectáculo.
Ryder gruñó, y sus ojos escrutaron la carretera al frente a través de los dos péndulos gemelos del limpiaparabrisas.
—Más bien asqueroso, ¿verdad?
Dave empezó a asentir, luego se contuvo. Era mejor ser prudente.
—Ese gorila suyo parecía más bien un poco enfermo.
—¿Bobo? Está bien. Es el clima. Apenas vayamos hacia el norte, estará bien. —Ryder hizo un gesto con la cabeza en dirección a la parte trasera del camper—. Seguro que no le has oído decir ni pío desde que nos hemos puesto en marcha.
—¿Viaja con usted?
—Por supuesto, no pensarás que lo envío por correo aéreo. —Apartó una mano del volante, gesticulando—. Este camper está construido especialmente para nosotros. Yo estoy arriba, él abajo. Mantengo su parte trasera abierta para que tenga un poco de aire, pero eso no representa ningún problema… hay unos buenos barrotes. Echa una mirada por esa ventanilla que hay detrás tuyo.
Dave se giró y miró a través de la enrejada mirilla que había en la parte de atrás de la cabina. Podía ver el iluminado interior de la parte de arriba del camper, ordenado y dispuesto para vivir en él. Bajando la vista, echó una ojeada a la oscuridad de la parte de abajo. Bien atadas a las paredes laterales estaban la tienda, la plataforma, los carteles y el armazón; el espacio entre todo aquello estaba cubierto con paja, formando como una especie de nido. Acurrucado contra la abertura cerrada por barrotes de la parte trasera se hallaba la oscura masa del gorila, girado de espaldas y mirando hacia la carretera que se alejaba, como si estuviera fascinado por la lluvia. El camper dio un breve patinazo por un momento y el animal se agitó, ladeando de tal modo su cabeza que Dave pudo captar un atisbo de sus empañados ojos. Parecía estar lloriqueando suavemente, pero a causa de un trueno Dave no pudo asegurarlo.
—Cómodo como le corresponde —dijo Ryder—. Y nosotros también. —Había sacado de nuevo la botella, descorchándola hábilmente con una sola mano—. ¿Seguro que no deseas un trago?
—Paso —dijo Dave.
La botella se elevó, luego se inmovilizó.
—¿No te gustarán otras cosas, chico?
—¿Drogas? —Dave agitó la cabeza—. Paso también.
—Me alegro de que sea así. —La botella terminó su movimiento, gorgoteó, descendió de nuevo, y Ryder la tapó—. Odio esa mierda. Las drogas. Las drogas y los hippies. Hollywood está lleno de ambas cosas. Si quieres mi consejo, manténte alejado de ahí. No es lugar para un muchacho, ya no. —Eructó fuertemente, empezó a meter la botella en el bolsillo de su chaqueta, luego se lo pensó mejor y la descorchó de nuevo.
Observándole beber, Dave se dio cuenta de que estaba empezando a emborracharse. Sería mejor hacer que siguiera hablando, apartar su mente de la botella antes de que estrellara el camper contra la cuneta.
—¿No es broma, era usted realmente un especialista de Hollywood? —dijo Dave.
—Seguro, uno de los mejores. Pero eso fue en los viejos tiempos, antes de que el lugar se convirtiera en un infierno. Trabajé en todas las grandes superproducciones: cabalgadas, falsas caídas, escenas de lucha, de todo. Pregúntale a cualquiera que sepa, te dirán que el viejo Capitán Ryder era tan bueno como Yakima Canutt, incluso mejor. —La voz se hizo más ronca por el orgullo—. Siete y medio al día, eso es lo que ganaba. Setecientos cincuenta cada día que trabajaba. Y trabajaba casi todos los días.
—No sabía que pagaran tanto esas cosas —dijo Dave.
—Tienes que recordar algo. No sólo simulaba caídas en planos generales. Cuando contrataban al Capitán Ryder sabían que estaban contratando a un talento especial. No muchos especialistas pueden manejar animales. ¿Nunca has visto esas viejas películas de la jungla por televisión… films de Tarzán y cosas así? Bien, en más de la mitad de ellos yo era el tipo que manejaba los felinos. Leones, leopardos, tigres, lo que quieras.
—Suena emocionante.
—Seguro, si te gustan los hospitales. En una ocasión luché contra una pantera, y me rajó el brazo de arriba a abajo en una sola toma. Siete y medio suena como un montón de dinero, pero tendrías que ver lo que he llegado a gastarme en cuidados médicos. Sin mencionar lo que tenía que pagar en ropa y extras. Como la piel de león y el traje de mono…
—No entiendo —Dave frunció el ceño.
—A veces la escena necesitaba de un primer plano del rostro de la estrella en pleno trabajo. Así que si se trataba de una escena de lucha con un león o algo así, entonces me tocaba cambiar los papeles… yo doblaba al animal. Querrás creerme, ¡tres de los grandes tuve que pagar tan sólo por un piojoso disfraz de mono! Pero valía la pena. Tendrías que haber visto la barraca que me construí sobre el Laurel Canyon. Cuatro dormitorios, garaje para tres coches, pista de tenis, piscina, sauna, todo lo que puedas imaginar. A Melissa le encantaba…
—¿Melissa?
Ryder agitó la cabeza.
—¿No te he hablado de ella? No, seguro que no deseas oír hablar de esas tonterías acerca de los buenos viejos tiempos. Ha corrido mucha agua desde entonces.
La mención del agua pareció traer a su memoria algo más, porque Dave le vio rebuscar de nuevo la botella. Y esta vez, cuando consiguió destaparla, la dejó gorgotear hasta que estuvo vacía.
Ryder abrió la ventanilla de su lado y arrojó la botella a la lluvia.
—Todo perdido —murmuró—. Acabado. No más botella. No más casa. No más Melissa.
—¿Quién era ella? —preguntó Dave.
—¿Realmente quieres saberlo? —Ryder apuntó con un dedo hacia el parabrisas. Dave siguió su gesto, desconcertado, hasta que alzó la vista al techo de la cabina. Allí, pegada directamente sobre el retrovisor, había una foto pequeña. Mirándoles directamente desde el papel les sonreía el rostro de una muchacha; cabello rubio, rasgos agraciados, y ese tipo de sonrisa que uno puede ver en los anuarios de la universidad.
—Mi sobrina —dijo Ryder—. Dieciséis años. Pero me hice cargo de ella cuando tenía tan sólo cinco, inmediatamente después de morir mi hermana. Me hice cargo de ella, y la eduqué durante once años. La eduqué bien. Permíteme decírtelo, a esa chica nunca le faltó nada. Cualquier cosa que deseara, cualquier cosa que necesitara, la tenía al momento. Los viajes que hicimos juntos, los buenos momentos que pasamos… infiernos, imagino que sonará estúpido, pero te sorprenderías de las satisfacciones que da el hacer feliz a alguien. ¿Y si era lista? Presidenta de la clase de penúltimo año en Brixley… ése es el nombre de la escuela privada donde la llevé, la mejor de la ciudad, el cincuenta por ciento de las estrellas llevan allí a sus hijos. Y eso es lo que era para mí, como si fuera mi propia hija. Así que imagínate. Nunca llegué a saber cómo sucedió. —Ryder parpadeó mirando al frente, los ojos fijos en la carretera.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Dave.
—Los hippies. Los malditos hijoputas de los hippies. —Sus ojos se pusieron repentinamente alertas en el entramado de profundas arrugas—. No me preguntes dónde conoció a esos bastardos. Pensé que había conseguido mantenerla alejada de todos ellos, pero esas asquerosas monstruosidades están por todas partes allí. Ella debió conocerlos a través de uno de sus amigos de la escuela… Dios sabe, incluso Bel Air está lleno de cosas extrañas. Pero recuerda, ella tenía tan sólo dieciséis años, y ¿cómo podía saber dónde se estaba metiendo? Supongo que a esa edad un chico un poco mayor, con barba y una guitarra y una motocicleta potente, parece algo excitante.
»Fuera como fuese, se lió con ellos. Una noche, mientras yo estaba fuera trabajando… quizás ella los invitó a la casa, tal vez ellos se lo pidieron. Eran cuatro, borrachos como cubas. Dude, ese era el nombre del mayor… venía a ser el jefe y suya fue la idea desde el principio. Ella no quería fumar nada, pero él imaginó que realmente sí quería, así que vino preparado. Ella sirvió algo de beber, y él se lo echó en su vaso. La mierda, me refiero. La suficiente como para acabar con un elefante, dijo el coronel.
—Quiere decir que la mató…
—No inmediatamente. Le hubiera rogado a Dios que lo hiciera. —Ryder se giró, el rostro tenso, y Dave tuvo que aguzar el oído para oír el murmullo de su voz por encima del repicar de la lluvia—. Según el coroner, debió vivir aún durante al menos una hora. Lo suficiente para que se turnaran… Dude y los otros tres. Lo suficiente, después de eso, para que se les ocurriera la idea.
»Estaban en mi cuarto de trabajo, y yo tenía toda la habitación decorada como una especie de salón de trofeos… pieles de animales en todas las paredes, tambores nativos, máscaras de vudú, cosas que había ido coleccionando en mis viajes. Y allí estaban aquellas cuatro monstruosidades, buscando nuevas sensaciones, y mi niña, con la mente estallándole. Uno de los bastardos tomó un tambor y empezó a golpearlo. Otro agarró una máscara y se puso a danzar de un lado para otro como un doctor brujo. Y Dude… fue Dude, estoy seguro, lo sé… él y el otro chico repugnante tomaron la piel de león de la pared y se la echaron encima a Melissa. Porque estaban en pleno viaje y estaban jugando a África. El Gran Cazador Blanco. Yo Tarzán, tú Jane.
»Por aquel entonces Melissa ya ni siquiera podía mantenerse en pie. Dude la hizo ponerse de cuatro patas, sobre sus manos y rodillas, y ella simplemente se quedó tambaleándose allí. Y entonces, aquel sucio podrido hijoputa… arrancó los cordones de las cortinas y ató con ellos la piel de león sobre la cabeza y hombros de Melissa. Y tomó una lanza de la pared, una de las lanzas masai, y se preparó para hundírsela en las costillas…
»Esa era la escena que encontré cuando entré en la casa. Dude, el gran hijoputa, de pie junto a Melissa, con aquella lanza.
»No estuvo así mucho tiempo. La primera mirada que me dirigió debió decírselo todo. Creo que arrojó la lanza antes de echar a correr, pero no estoy seguro. No puedo recordar claramente nada del siguiente par de minutos. Dijeron que le rompí el cuello a uno de ellos, y que el otro con la máscara tenía conmoción cerebral a causa de haberlo arrojado yo contra la pared. El tercero estaba casi muerto cuando llegaron los policías y consiguieron soltar mis dedos de su cuello. Un poco más, y hubieran llegado demasiado tarde para salvarlo.
»Y llegaron demasiado tarde para salvar a Melissa. Estaba tendida allí, bajo aquella sucia piel de león… esa es la parte que no puedo dejar de recordar una y otra vez, la parte que desearía poder olvidar…
—¿Mató a uno de los chicos? —dijo Dave.
Ryder agitó la cabeza.
—Maté a un animal. Eso es lo que dije en el juicio. Cuando un animal se vuelve asesino, hay que matarlo. El juez comprendió mis razones, pero fui condenado a dos años. —Miró a Dave—. ¿Has estado alguna vez en la cárcel?
—No. ¿Cómo es… duro?
—Puedes decirlo. Tremendamente duro. —El estómago de Ryder resonó—. Cuando llegué allí estaba bastante alterado, así que me pusieron en solitario durante un tiempo, y aquello no me ayudó. Uno se queda sentado allí en la oscuridad, y empieza a pensar. Aquí estoy, acostumbrado a viajar por todo el mundo, encerrado en una pequeña jaula como un animal. Y esos otros animales, esos que mataron a Melissa, están libres. Uno estaba muerto, de acuerdo, y otros dos puede que hubieran aprendido bien su lección. Pero el principal, el que lo empezó todo, estaba suelto. Los polis nunca lo agarraron, y no estaban dispuestos a perder más tiempo buscándolo, así que tras el juicio lo dejaron correr.
»Pensé mucho en Dude. Ese era el nombre del principal, ya te lo dije, ¿verdad? —Ryder parpadeó en dirección a Dave, y parecía casi deshecho. Pero estaba conduciendo bien y no se dormiría al volante mientras siguiera hablando, así que Dave asintió.
—Casi todo el tiempo pensaba en lo que le haría a Dude cuando saliera. Encontrarle podía ser difícil, pero sabía lo que tenía que hacer… diablos, había pasado años enteros en África, rastreando animales. Y estaba dispuesto a cazar también a aquel.
—¿Entonces es cierto que ha sido usted explorador? —preguntó Dave.
—Cazador de animales —dijo Ryder—. Kenya, Uganda, Nigeria… eso fue antes de Hollywood, y me las vi de todos los colores. Cosas como esos jóvenes inútiles de hoy en día jamás imaginarían. Allí en África danzaban y tocaban los tambores y se drogaban mucho antes de que el primer hippie se arrastrara de debajo de su roca, y déjame decirte, saben cómo hacer bien las cosas.
»Como cuando ese Dude ató la piel de león sobre Melissa: fue una simple farsa, un juego. Debería haber visto algunas de las cosas que pueden hacer esos doctores brujos.
»Primero capturan a una chica, a veces a un muchacho, pero digamos una chica a causa de Melissa. Y la meten en una cueva… un lugar con un techo muy bajo, donde no pueda permanecer de pie, tenga que estar siempre a cuatro patas. Le administran también drogas, fuertes dosis, lo suficiente como para mantenerla tranquila durante largo tiempo. Y cuando finalmente despierta, sus manos y pies han sido operados, de modo que ahora están provistos de garras. Garras de león, y se descubre encerrada dentro de una piel de león. No con una piel de león simplemente echada encima… sino cosida completamente, de modo que no puede ser quitada.
»Piensa simplemente en lo que eso representa para ella. Se descubre dentro de aquella piel de león, encerrada en una cueva, drogada, sin saber dónde está ni lo que le está sucediendo. Y la mantienen así. Sin alimentarla más que con carne cruda. Está sola allí en la oscuridad, respirando aquel maldito olor a león, sin nadie que le hable y sin nadie a quien hablar. Luego vienen y le rompen algunos huesos de su garganta, de su laringe, y todo lo que puede hacer a partir de entonces es gimotear y gruñir. Gimotear y gruñir y moverse de un lado para otro a cuatro patas.
»¿Sabes lo que ocurre entonces, muchacho? ¿Sabes lo que le ocurre a alguien así? Se vuelve loco. Y al cabo de un tiempo empieza a creer que es realmente un león. El siguiente paso para el doctor brujo es sacarlo y entrenarlo a matar, pero eso ya es otra historia.
Dave le echó una rápida mirada.
—Está bromeando…
—Está en los informes gubernamentales. Quizá los reactores lleguen ahora hasta el aeropuerto de Nairobi, pero allá dentro en la jungla las cosas no han cambiado. Como digo, esa gente sabe mucho más de drogas de lo que pueda saber cualquier hippie. Especialmente un estúpido animal como Dude.
—¿Qué ocurrió cuando salió usted? —dijo Dave—. ¿Consiguió localizarlo?
Ryder agitó negativamente la cabeza.
—Pero pensé que había dicho que tenía planeado…
—Uno acumula un montón de extrañas ideas en soledad. En un cierto sentido es casi como estar encerrado en una de esas cuevas. Empecé a pensar en ello, y aquello me hizo recordar…
—¿Qué?
—Nada. —Ryder hizo un rápido gesto—. Olvídalo. Cuando salí pensé que lo mejor era olvidar y ser olvidado.
—¿Quiere decir que nunca intentó encontrar a Dude?
Ryder frunció el ceño.
—Ya te he dicho que tenía otras cosas en qué pensar. Como en haber perdido mi trabajo, la casa, los muebles, todo. También tenía el problema de la bebida. Pero supongo que no querrás oír hablar de ello. Sea como fuera, terminé así, en las ferias, y no hay nada más que decir.
Un relámpago cruzó el cielo, y el trueno retumbó en su persecución. Dave giró la cabeza, mirando hacia atrás por la ventanilla enrejada. El gorila seguía acuclillado al otro extremo, observando por entre los barrotes alejarse la noche. Dave lo contempló durante un largo momento, deseando no dejar de mirarle, porque si lo hacía sabía que tendría que hacer la pregunta. Pero cuanto más tiempo miraba, más se daba cuenta de que no tenía elección.
—¿Y qué hay de él? —preguntó Dave.
—¿Qué? —Ryder siguió la mirada de Dave—. Oh, te refieres a Bobo. Se lo compré a un traficante al que conozco.
—Tuvo que costarle caro.
—Me lo dejó bien de precio. Aunque no son baratos.
Dave vaciló.
—En casa leí algo en una revista. Un artículo acerca de las reservas nacionales en África. Decía que los gorilas estaban protegidos por el gobierno, que no podían ser vendidos.
—Tuve suerte —murmuró Ryder. Se inclinó hacia él, y Dave se vio inmerso en una vaharada de alcohol—. Tengo contactos, ¿comprendes?
—De acuerdo. —Dave no deseaba pronunciar aquellas palabras, pero no pudo contenerse—. De todos modos, hay algo que no comprendo de esa feria. Con los gorilas tan escasos, podría montar usted un gran número.
—Eso es negocio mío —Ryder le lanzó una extraña mirada.
—De negocios precisamente estoy hablando. —Dave suspiró profundamente—. Si estaba usted tan arruinado cuando salió de la cárcel, ¿de dónde obtuvo el dinero para comprar un animal como éste?
Ryder frunció el ceño.
—Creí haberlo dicho. Lo vendí todo: la casa, los muebles…
—¿Y su piel de mono?
El puñetazo fue tan rápido que Dave ni siquiera lo vio. Pero impactó contra su frente, echándole hacia atrás en el asiento, contra la portezuela, que no tenía el seguro puesto.
Dave intentó agarrarse a algo, pero era demasiado tarde. Estaba cayendo. Golpeó la cuneta con la espalda, y tan sólo el barro lo salvó.
Entonces el cielo se incendió con un relámpago, retumbó un trueno, y el camper pasó por su lado, alejándose rápidamente y desapareciendo en el oscuro túnel de la noche. Pero no antes de que Dave pudiera captar una última y breve visión del gorila, acuclillado tras los barrotes.
El gorila, con sus ojos como drogados, su boca inmóvil como una máscara, sus alzados brazos revelando el zigzag de gruesas y negras costuras.

Escalofríos, 1977.

No hay comentarios:

Publicar un comentario