A veces transcurrían varios
días sin que la Estúpida Ludmila apareciera en el bosque. Una rabia
silenciosa se apoderaba entonces de Lej. Miraba solemnemente a los
pájaros encerrados en las jaulas, mascullando algo para sus
adentros. Finalmente, después de un estudio prolongado, elegía al
pájaro más robusto, lo ataba a su muñeca, y mezclaba los
ingredientes más diversos para preparar pinturas pestilentes de
distintos colores. Lej daba vuelta al pájaro y le pintaba las alas,
la cola y el pecho con todos los tonos del arco iris hasta que su
aspecto era más llamativo que un ramillete de flores silvestres.
Luego
nos trasladábamos a la espesura del bosque. Allí, Lej sacaba el
pájaro pintado y me ordenaba que lo cogiera en la mano y lo apretara
ligeramente. El pájaro empezaba a piar y atraía a una bandada de su
misma especie que revoloteaba inquieta sobre nuestras cabezas. Al oír
a sus congéneres, nuestro prisionero hacía denodados esfuerzos por
remontarse hacia ellos, gorjeando con más bríos, mientras su
corazoncito palpitaba violentamente en el pecho recién pintado.
Cuando
ya se había congregado sobre nuestras cabezas una cantidad
suficiente de aves, Lej me hacía una seña para que soltara al
prisionero. Éste se elevaba, dichoso y libre, como una mancha
irisada contra el fondo de nubes, y se integraba enseguida en el seno
de la bandada marrón que lo aguardaba. Los pájaros quedaban
fugazmente desconcertados. El pájaro pintado describía círculos de
un extremo de la bandada a otro, esforzándose en vano por convencer
a sus congéneres de que era uno de ellos. Pero, deslumbrados por sus
colores brillantes, los otros pájaros volaban alrededor de él sin
convencerse. Cuanto más se obstinaba el pájaro pintado por
incorporarse a la bandada, más le alejaban. No tardábamos en ver
cómo una tras otra, todas las aves de la bandada protagonizaban un
ataque feroz. Al cabo de poco tiempo la imagen multicolor se
precipitaba a tierra. Cuando por fin encontrábamos el pájaro
pintado, casi siempre estaba muerto. Lej estudiaba minuciosamente la
cantidad de heridas que presentaba el ave. La sangre manaba entre sus
alas coloreadas, disolviendo la pintura y manchando las manos de Lej.
El pájaro pintado, 1965. (Fragmento)
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