domingo, 11 de febrero de 2024

El payaso. [Abaddón el exterminador]. Ernesto Sabato.

Imitó a Quique hablando sobre las necrologías, contó chistes, recordó anécdotas cómicas de la época en que enseñaba matemáticas. Lo encontraban mejor que nunca, pleno de vitalidad y energía.
Y de pronto intuyó que aquello comenzaría, con invencible fuerza, pues nada podía frenarlo una vez el proceso iniciado. No se trataba de algo horrendo, no aparecían monstruos. Y sin embargo le producía ese terror que sólo se siente en ciertos sueños. Poco a poco fue dominándolo la sensación de que todos empezaban a ser extraños, algo así como lo que se siente cuando se ve una fiesta nocturna a través de una ventana: los vemos reírse, conversar, bailar en silencio, sin saber que alguien los está observando. Pero tampoco era eso exactamente: quizá como si además la gente quedara separada de él no por el vidrio de una ventana o por la simple distancia que se puede salvar caminando y abriendo una puerta, sino por una dimensión insalvable. Como un fantasma que entre personas vivientes puede verlos y oírlos, sin que ellos lo vean ni lo oigan. Aunque tampoco era eso. Porque no sólo los estaba oyendo sino que ellos lo oían a él, conversaban con él, en ningún momento experimentaban la menor extrañeza, ignorando que el que hablaba con ellos no era S., sino una especie de sustituto, una suerte de payaso usurpador.
Mientras el otro, el auténtico, se iba paulatina y pavorosamente aislando. Y que, aunque moría de miedo, como alguien que ve alejarse el último barco que podría rescatarlo, es incapaz de hacer la menor señal de desesperación, de dar una idea de su creciente lejanía y soledad. Y así, mientras el barco se alejaba de la isla, empezó a contar una divertida historia de su época de estudiante, cuando inventaron un poeta húngaro, protegido por una princesa también inexistente.
Estaban hasta aquí de Rilke y del snobismo rilkeano. Cargaban las tintas, a medida que fueron tomando confianza, publicaron dos poemas en francés en TESEO, unos fragmentos de memoria y finalmente aseguraron que era leproso. La idea era lograr que Guillermo de Torre publicara una nota en LA NACIÓN. Todo el mundo se moría de risa y el payaso también, mientras el otro veía cómo el barco se hacía más y más diminuto.

Abaddón el exterminador, 1974.

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