—¿Me dejarías probar un poco de tu comida?
La madre asiente y abandona su hilado.
—Por supuesto, buen hombre —le dice—. Espere un momento.
Y entra a la choza a poner la comida sobre los carbones aún calientes. Mientras espera, canturrea una canción, se distrae jugando con sus cabellos. Cuando vuelve a salir con la comida servida, el plato se le cae de las manos, despedazándose contra el suelo.
—Gracias —le dice el anciano escupiendo el último hueso de los niños.
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