–Yo estaba aquí primero –le dije.
Y él me contestó:
–¿Es tuyo el boy-scout o qué? –y se puso a quitarse el chaleco.
–¡Tiene razón! –se dejaron oír unas voces entre el público–. ¡El boy-scout es de todos!
–Deja esos pantalones –le dije–. Tú aún no estabas en este mundo cuando yo ya salvaba boy-scouts.
–Habrás salvado a tu abuela –me contestó en un tono insultante.
–Y tú a tu tía. Vete a hacer puñetas y deja en paz al boy-scout.
El público iba en aumento. Unos estaban de mi parte, otros decían que todo el mundo tiene derecho a salvar boy-scouts. Vi que las cosas se complicaban y que todo dependía de quién se desnudase primero. Aunque él había comenzado más tarde, como llevaba cremallera me alcanzó. Le gané sólo al llegar a los calzoncillos. Al ver que perdía su oportunidad quiso saltar al agua tal como estaba, en ropa interior. Se me encendió la sangre y le eché la zancadilla. ¡Por hacerse el héroe! No sé qué pasó con el boy-scout porque a nosotros nos llevaron a urgencias. Yo le disloqué un brazo y él me rompió unos dientes.
Salvar a los que se ahogan requiere valor y sacrificio.
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