domingo, 1 de mayo de 2016

El barquero. Jean-Jacques Fdida.


Este hombre era uno de esos fanáticos de Dios, uno de esos hombres ebrios de Dios, uno de esos que se pasan la vida rezando mientras escrutan incansablemente el cielo en busca de alguna señal.
Este hombre ejercía el antiguo oficio de barquero. Entre dos éxtasis, con su vieja barca, ayudaba a la gente a cruzar el río, a cuya orilla se había instalado. Pero este hombre era también un ser sencillo y sin dobleces. Nunca había aprendido a leer ni a contar. E incluso a veces, durante los momentos de soledad, llegaba a olvidar que sabía hablar. Por ello sus plegarias se parecían más bien a tiernas melodías que salían de sus labios o también a gritos y clamores que dirigía al cielo, tan grande era su devoción.
Un día llegó un sacerdote que quería cruzar el río. Al ver a este hombre en trance rodando por el suelo con grandes gesticulaciones, estertores y zarandeos, el sacerdote le preguntó:
—Hijo mío, ¿qué estás haciendo?
—Estoy rezando... —le respondió el hombre.
—Ah, pero no es así como hay que rezar —le interrumpió el sacerdote—. Tienes que arrodillarte, juntar las manos y decir: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad...».
El sacerdote le enseñó toda la plegaria y el barquero se puso loco de alegría. Le dio las gracias efusivamente al santo hombre e incluso le confió su barca para que cruzara el río, porque quería ponerse inmediatamente a rezar esta nueva oración.
En cuanto el sacerdote se hubo ido, el hombre se arrodilló, juntó las manos, se concentró, sudó... No le vino ninguna palabra a la cabeza, ¡lo había olvidado todo! Y el sacerdote estaba ya en el medio del río. Entonces, sin dudarlo ni un instante, el barquero se levantó el sayal y se puso a correr sobre el agua. Llegó a donde estaba el sacerdote y le tocó el hombro:
—¿Cuáles eran las palabras que me habéis enseñado? ¡ No me acuerdo de nada!
Y viendo a aquel hombre de pie sobre el agua, el sacerdote respondió:
—Sigue haciendo lo que hacías antes. Ya estaba bien así.
Y bendiciendo el cielo, el sacerdote continuó remando. 


Cuentos de los sabios cristianos, judíos y musulmanes. Jean-Jacques Fdida.

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