“Puede lavarse las manos si lo desea” –dijo amablemente la señora Monty acercando una toalla inmaculadamente blanca al fontanero que acababa de arreglarle el grifo de la bañera.
“Mejor me las quito y las tiro a la basura, después de trabajar todo el día, están hechas unos zorros”. Y dicho y hecho, ante los asombrados ojos de la señora Monty, aquel hombre de aspecto simpático y bonachón se desenroscó ambas manos y las tiró al cubo de la basura.
Todavía estupefacta por lo que acababa de ver le preguntó: "¿Y el resto del cuerpo también lo tiene usted de usar y tirar?"
“Por supuesto, señora, actualmente si usted quiere los servicios de un fontanero de carne y hueso como los de antes, de un solo cuerpo para toda la vida, tiene que pagar un dineral. No sale rentable.”
-Ya –dijo sin demasiado convencimiento la señora Monty, mientras le pagaba la factura por el arreglo del grifo y reflexionaba sobre el nuevo mundo de hombres y mujeres de quita y pon que se avecinaba y al que no acababa de acostumbrarse.
Un extraño envío. Julia Otxoa, 2007.
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