Me vendaban los ojos, como para jugar a la gallina ciega, y me decían, da un paso hacia adelante, y yo lo daba, y no pasaba nada y reían. Luego se ponían a gritar como si hubieran enloquecido y me volvían a decir, a que no das otro paso adelante, y yo lo daba, no me importaba y no pasaba nada. Entonces me empujaron y caí al suelo, me pusieron los pies encima y empezaron a pegarme con las manos en la cabeza y siguieron gritando muy fuerte, como para jalearme, nerviosos. Se hizo un silencio, yo continuaba con los ojos tapados y las cosas se confundían con el negro. Me volvieron a decir si era capaz de dar un paso más. Y yo les dije que sí, y lo di y caí al vacío. Un vacío insondable en el que oía la voz de mi madre gritar y maldecirlos a todos.
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