A la loca la seguían siempre tres gatos negros como las moras. Cuando nos la tropezábamos en la plaza, mi madre hacía la señal de la cruz con disimulo y yo me daba la vuelta para mirarla. Ella solía caminar sin zapatos, con el filo de un camisón blanco asomando por debajo del abrigo que olía a sangre. Un día se le quemó la casa con ella dentro. La vimos bailar de habitación en habitación, hecha un manojo de llamas. A lo que llegaron los bomberos no quedaban ni sus huesos. Yo pregunté por los gatos, sus tres gatos negros. ¿Qué gatos? La loca vivió siempre sola, ni sombra tenía, me interrumpió mi madre. Al parecer, ella no los vio nunca pasear por el pueblo, como si fueran sus dueños. Tampoco los ve ahora, tumbados sobre el edredón de mi cama, tentándome para que salga de noche a caminar descalza.
Casa de muñecas. Patricia Esteban Erlés, 2012.
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