Son hombres, mujeres y niños excelsos en el arte de fingir la vida. Imitan con tanta perfección los movimientos humanos que sólo su constante repetición los denuncia como muñecos de madera. Su dueño y creador descolla en la perfección de los detalles, como el brillo de la piel, el volumen de la carne. Uno de los hombres tiene un tic; una mujer, con los ojos perdidos, esboza una semisonrisa, como respondiendo a un recuerdo, un chico resfriado se sorbe los mocos.
Pero si son casi pefectos en su imitación de la vida, hay que ver la perfección absoluta con que mueren, la gradual palidez que se apodera de sus mejillas, el abandono inanimado de sus cuerpos, la sorprendente, sorprendente rapidez con que se pudre la madera.
Fenómenos de circo, 2011.
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