Nacido de una piedra, vive bajo una piedra y en ella se cavará su tumba.
Le visito con frecuencia y, cada vez que levanto su piedra, temo encontrarle de nuevo y también temo que ya no esté.
Sigue ahí.
Oculto en ese seco escondrijo —limpio, estrecho, tan suyo— que ocupa su totalidad, hinchado como bolsa de avaro.
Si una lluvia le hace salir, se planta delante de mí. Unos torpes saltos y me mira con ojos enrojecidos.
Si este injusto mundo le trata como a un leproso, a mí no me da miedo agacharme junto a él y acercar mi rostro humano al suyo.
En seguida, dominaré un gesto de desagrado y te acariciaré con mi mano, ¡oh, sapo!
En esta vida hay que aguantar a algunos que dan mucho más asco.
Ayer, sin embargo, me faltó un poco de tacto. Él hervía y rezumaba por todas sus verrugas reventadas.
—Mi pobre amigo —le dije—, no quisiera entristecerte, pero, ¡mira que eres feo!
Abrió su boca infantil y desdentada de aliento cálido, y me respondió con un ligero acento inglés:
—¡Pues anda que tú!
Historias naturales, Jules Renard. 1894.
Ayúdenme con estas preguntas por fa?
ResponderEliminar¿Consideras qué el narrador y el sapo son realmente amigos? Escribe un párrafo en el que fundamente tu postura?
Necesito alluda
ResponderEliminarDe que habla está historia?
ResponderEliminar