miércoles, 3 de mayo de 2017

Adicción. Jordi Masó Rahola.

Los síntomas aparecen siempre por la mañana: un cosquilleo en el vientre, acompañado de mareos y de una sensación de vacío. En días así, llego al trabajo retorciéndome de dolor, y es un milagro que pueda atender a alguien sin desfallecer. Pero los años me han enseñado a controlar los temblores y a mantener una apariencia serena: mientras entablo una conversación tranquilizadora con el paciente, busco la vena más adecuada para la punción, la acaricio, la estrujo hasta sentirla latir bajo mis guantes de látex, la recorro con complacencia e imagino la corriente sanguínea fluyendo por aquellos riachuelos escarlatas. La aguja penetra con delicadeza y entonces llega el momento exquisito en que la jeringa, con parsimonia, va succionando el líquido anhelado. A pocos les sorprende que les extraiga un tubo de más (“y este, de propina”, comento, si estoy de buen humor). Sólo cuando se van –oprimiendo un algodoncillo contra el brazo, como si la vida fuera a escapárseles– me tomo la dosis. La calidez me gana el esófago, llenando cada rincón de mi organismo, se detienen los espasmos y revivo, respiro aliviado, y con un pañuelo de papel me limpio los labios manchados de rojo.
Pero hoy he llegado al ambulatorio desencajado. Una abstinencia, forzada por las vacaciones navideñas, me estaba consumiendo: arrastraba días de tormento y noches de insomnio. “¿Se encuentra bien?”, me ha preguntado la mujer rolliza que ya me esperaba con una manga alzada. Tenía uno de esos brazos blandos, embutidos de grasa. Las venas se escondían juguetonas entre los pliegues, y he tenido que pincharla hasta tres veces, sin acierto. “¿Se puede saber qué hace?”, ha protestado cuando me disponía a intentarlo de nuevo. Yo sudaba, angustiado, la ansiedad me atenazaba. Cuando se ha levantado, indignada, le he hundido la jeringa en la papada. Mientras se desplomaba me he acercado al cuello: el chorro de sangre me golpeaba el paladar como un surtidor y he bebido, sediento, largos tragos de vida.
Al acabar, reprimiendo un eructo inoportuno, he presionado el agujerito con el preceptivo algodón. 

 

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