martes, 2 de mayo de 2017

Expeditivo. Luisa Valenzuela.

Estábamos cenando plácidamente en casa de los López Farnesi, tan agradables ellos, tan buenos anfitriones, cuando el desconocido empezó a contar su historia:
-Era un atardecer ventoso y no había alma alguna por la costa del lago. Yo avanzaba atento al vuelo de los patos y de golpe lo vi, al hombre ahí arriba tan al borde del acantilado. Un lugar peligroso, una pared a pico como de cuarenta metros de alto. Yo lo miraba a él, sorprendido, y él me miraba a mí. Pensé que era un guardia costero o algo parecido. De golpe la fina saliente de roca sobre la cual estaba parado cedió y el hombre se habría precipitado al vacío de no ser por unas ramas salientes a las que logró aferrarse en su caída. Quedó así bamboleándose sobre el vacío sin poder hacer pie en ninguna parte.
-¡Ay, qué espanto! -exclamaron las señoras.
-Entonces yo, ni corto ni perezoso, lo bajé -nos tranquilizó el desconocido.
-Menos mal -suspiramos aliviados-. Usted es un héroe, cuéntenos cómo lo bajó.
-Muy simple. De un balazo.

 

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