Un precioso busto de Superlópez, tallado en piedra,
presidía desde un alto estante el despacho en el que me citaron para
comunicarme el resultado de las pruebas de acceso.
Sin levantarse de la silla, el técnico de selección
me indicó que me sentara frente a él y rebuscó entre una enorme pila de papeles
hasta dar con el informe referente a mi persona.
Me explicó, señalando el montón de informes según
dijo pendientes de entrega, que recibían muchísimas solicitudes, por lo que
debían ser muy estrictos a la hora de aceptar nuevos alumnos, y que en mi caso
los resultados de las pruebas eran claros: quedaba demostrada mi capacidad para
mover objetos con la mente pero, dada la lentitud con la que lo hacía (1
milímetro al minuto), aquello no pasaba de ser una peculiaridad que, además,
estaba bastante extendida.
La telequinesis del caracol, la llamamos en el
sector, es muy útil si se te queda lejos el mando a distancia pero no da como
para iniciar una carrera de superhéroe, concluyó con una sonrisa de
suficiencia.
Afortunadamente, al tipo le gustaba escucharse a sí
mismo y el busto de Superlópez estaba lo suficientemente cerca del borde del
estante.
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