viernes, 13 de noviembre de 2020

Peor para ella. Juan José Millás.

Tengo un ordenador portátil con el que voy a todas partes. Lleva dentro de sí más folios escritos de los que cabrían en un baúl, y más fotografías de las que entrarían en siete cajas de zapatos. Y no pesa más que un libro grande. En eso, los ordenadores se parecen a nosotros, que tenemos la cabeza llena de obsesiones, fantasías, deseos, rencores, agradecimientos, cosas, en fin, que no podríamos meter en un camión gigante de mudanzas ni apretando. Muchas veces, este ordenador se adelanta a mis deseos y si voy a escribir, por ejemplo, la palabra febril, él me sugiere que ponga febrero cuando apenas he tecleado febr. O martes si me dispongo a escribir martillo. Normalmente no le hago caso, pero a veces sí y salen textos curiosos. Por las noches lo dejo encendido para ver si se decide a redondear un artículo entero, o dos, por su cuenta, pero aún no me ha dado esa alegría.
Hace poco, me disponía a escribir una carta a un amigo y tecleé: Querid, pero antes de que acabara la palabra, el ordenador me sugirió: Queridos padre y madre. Se me cortó el aliento, como pueden ustedes suponer, sobre todo porque soy huérfano y nunca se me habría ocurrido dirigirme a estas alturas a mis progenitores muertos. No obstante, hice caso a mi máquina y redacté una carta que ni siquiera era un ajuste de cuentas: de lo mejor que he escrito en mi vida. No tengo adónde enviarla, pero eso me ocurre también con muchas personas que están vivas.
Ahora bien, lo mejor es que ayer estaba trabajando cuando la pantalla del ordenador se puso negra durante unos segundos angustiosos y luego volvió en sí, como si hubiera tenido una lipotimia, una pérdida, un vahído. A mí me pasan esas cosas también: me desmayo durante un momento y enseguida se me enciende la luz y continúo sin problemas con lo que tenía entre manos. Ignoro si esta compenetración con mi ordenador es rara o no, pero a mí me gusta. O sea, que lo que hace diez o quince años nos habría parecido un cuento de ciencia ficción empieza a ser realismo costumbrista. La realidad es que es muy voraz: materializa todo lo que se nos pasa por la cabeza.


Articuentos escogidos, 2012.

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