Tengo un ordenador portátil
con el que voy a todas partes. Lleva dentro de sí más folios
escritos de los que cabrían en un baúl, y más fotografías de las
que entrarían en siete cajas de zapatos. Y no pesa más que un libro
grande. En eso, los ordenadores se parecen a nosotros, que tenemos la
cabeza llena de obsesiones, fantasías, deseos, rencores,
agradecimientos, cosas, en fin, que no podríamos meter en un camión
gigante de mudanzas ni apretando. Muchas veces, este ordenador se
adelanta a mis deseos y si voy a escribir, por ejemplo, la palabra
febril, él me sugiere que ponga febrero cuando apenas he tecleado
febr. O martes si me dispongo a escribir martillo. Normalmente no le
hago caso, pero a veces sí y salen textos curiosos. Por las noches
lo dejo encendido para ver si se decide a redondear un artículo
entero, o dos, por su cuenta, pero aún no me ha dado esa alegría.
Hace
poco, me disponía a escribir una carta a un amigo y tecleé: Querid,
pero antes de que acabara la palabra, el ordenador me sugirió:
Queridos padre y madre. Se me cortó el aliento, como pueden ustedes
suponer, sobre todo porque soy huérfano y nunca se me habría
ocurrido dirigirme a estas alturas a mis progenitores muertos. No
obstante, hice caso a mi máquina y redacté una carta que ni
siquiera era un ajuste de cuentas: de lo mejor que he escrito en mi
vida. No tengo adónde enviarla, pero eso me ocurre también con
muchas personas que están vivas.
Ahora
bien, lo mejor es que ayer estaba trabajando cuando la pantalla del
ordenador se puso negra durante unos segundos angustiosos y luego
volvió en sí, como si hubiera tenido una lipotimia, una pérdida,
un vahído. A mí me pasan esas cosas también: me desmayo durante un
momento y enseguida se me enciende la luz y continúo sin problemas
con lo que tenía entre manos. Ignoro si esta compenetración con mi
ordenador es rara o no, pero a mí me gusta. O sea, que lo que hace
diez o quince años nos habría parecido un cuento de ciencia ficción
empieza a ser realismo costumbrista. La realidad es que es muy voraz:
materializa todo lo que se nos pasa por la cabeza.
Articuentos escogidos, 2012.
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