Soy actriz, una de las
mejores, de increible talento e impecable actuación, merecedora de
uno de esos Óscar otorgados anualmente cada mes de febrero en una
gala repleta de glamour y lujo. Lo soy desde hace tantos años que
para mí ya no hay secretos en el arte de la interpretación. Si un
director me estudiara atentamente, observaría que bordo tan a la
perfección mis papeles que no se distingue quién es el personaje y
quién la actriz. Sin embargo, no creo que hayáis oído hablar de
mí...
El
despertador está sonando. Me levanto, y comienza la función. Actúo
durante todo el día, es una profesión tan exigente como
desgastante, pero muy reconocida. Todos saben que soy la perfecta
esposa, la abnegada madre, la empleada leal y trabajadora; la que
siempre tiene una sonrisa en los labios, la que nunca está cansada
ni agobiada. Sí, soy actriz, y como tal, una vez al día, las luces
se apagan para mí, y cae el telón. Pero no hay aplausos para esta
gran actriz, sólo los ronquidos de mi marido y el estruendo del
camión de la basura al recogerla debajo de mi portal. Sí, cae el
telón, pero como la gran actriz que soy, mañana comenzaré una
nueva función.
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