martes, 10 de noviembre de 2020

El sentido de mi vida. Magda Hollander-Lafon.

En Birkenau, una moribunda me hizo un gesto: abriendo la mano, que contenía cuatro mendrugos de pan mohoso, me dijo con voz apenas audible: "Coge. Eres joven, debes vivir para dar testimonio de lo que ocurre aquí. Debes contarlo para que no vuelva a ocurrir nunca más en el mundo". Cogí los cuatro mendrugos de pan y me los comí delante de ella. En su mirada leí a la vez la bondad y el abandono. Yo era muy joven, me sentí abrumada por el gesto y por la carga que suponía.
Este acontecimiento ha pasado mucho tiempo olvidado.

En 1978, Darquier de Pellepox dijo: "En Auschwitz sólo se gasearon piojos". La perversión de tales palabras me sublevó e hizo que se alzara en mí el recuerdo del gesto de aquella mujer. Volví a ver su rostro. Ya no podía callarme.
Tomar la palabra es un desafío para mí, pero no puedo rehuirlo; obedezco, no a un "deber de memoria", sino a una fidelidad a la memoria de aquellas y aquellos que desaparecieron ante mis ojos.

Me deportaron a los dieciséis años. Soy una de los pocos judíos húngaros que volvieron.
Me salvé.
Estoy viva.
Dije sí a mi vida.

Para mí es evidente que había que transformar esa memoria de muerte en llamamiento a la vida. Comprendí que la paz sólo puede construirse si cada uno de nosotros encuentra o reencuentra el gusto por su propia existencia.
Paso lentamente las páginas de lo vivido. Hay páginas en blanco, páginas amarillentas, borradas, y páginas silenciosas a la espera de revelación.
El mañana está en mis manos.

Era invierno en mi memoria.
Gracias a un largo trabajo interior, llegó lentamente el deshielo.
Los colores luminosos del otoño alumbran hoy mis días.


 

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