Había en el viejo
edificio de la universidad, pasado el patio grande, otro más
pequeño, tras de cuyos arcos, entre las adelfas y limoneros,
sussurraba una fuente. El loco bullicio del patio principal, sólo
con subir unos escalones y atravesar una galería, se trocaba allá
silencio y quietud.
Un
atardecer de mayo, tranquilo el edificio todo, porque era ya pasada
la hora de las clases y los exámenes estaban cerca, te paseabas por
las galerías de aquel patio escondido. No había otro rumor sino el
del agua en la fuente, leve y sostenido, al que se sobreponía a
veces el trino fugitivo de un bando de golondrinas cruzando el cielo
que encuadraban los aleros.
Cuántas
cosas no te ha dicho a lo largo de la vida el rumor del agua. Podrías
pasarte las horas escuchándola, lo mismo que podrías pasarlas
contemplando el fuego. ¡Hermosa hermandad la del agua y la llama!
Aquella tarde, el surtidor que se alzaba como una gargola blanca para
caer luego deshecho en lágrimas sobre la taza de la fuente, su
brotar y anegarse sempiterno, trajo a tu memoria, por una vaga
asociación de ideas, el fin de tu estancia en la universidad.
Nunca
el pasar de las generaciones parece tan melancólico como al
representárselo en algo materialmente, tal en esos viejos edificios
de universidades o cuarteles, por los que discurre cada año la
juventud nueva, dejando en ellos sus voces, los locos impulsos de la
sangre. Recuerdos de juventudes idas llenan su ámbito, y resuenan
sus muros en el silencio como la espiral vacía de un caracol marino.
Apoyado
en una columna del patio, pensaste en tus días futuros, en la
necesidad de escoger una profesión, tú, a quien todas repugnaban
igualmente, y sólo deseabas escapar de aquella ciudad y de aquel
ambiente letal. Cosas contradictorias eran tu necesiad y tu deseo,
atándote a ambos sin solución la pobreza. Mas aquel problema
mezquino, ¿qué valor tenía cuando te veías arrastrado en el
avanzar incesante del tiempo, ascendiendo con una generación de
hombres para caer luego, peridiéndote con ellos en la sombra?
Privado de gozo, de placer y de libertad, como tantos otros,
comprendiste entonces que acaso la sociedad ha cubierto con falsos
problemas materiales los verdaderos problemas del hombre, para
evitarle que reconozca la melancolía de su destino o la
desesperación de su impotencia.
Ocnos, 1942.
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