domingo, 4 de septiembre de 2016

El guarda del cementerio. Jean Ray.

¿La razón por la cual me convertí en guarda del cementerio de Saint-Guitton, señor juez de instrucción?… ¡Dios mío! Hela aquí: el hambre y el frío.
“Imagínese alguien, vestido con un traje de verano, que hubiera cubierto los sesenta kilómetros que separan dos ciudades: la que le negó todo trabajo y ayuda y la que era su última esperanza. Imagínese a ese ser, alimentado de zanahorias heladas, que sabían a demonios, y de manzanas reinetas, agrias y duras, olvidadas sobre la hierba de un huerto desierto; imagínele empapado por una lluvia de octubre, encorvado bajo las ráfagas de aire que venían del Norte, y tendrá usted ante sus ojos el hombre que yo era cuando llegué a las afueras de su siniestra ciudad.
“Entré en la primera casa, que es una posada con la muestra de Les Deux Pluviers, donde el dueño, caritativo, me reconfortó con café caliente, pan y un arenque salado, y donde, al relato de mi desgracia, este honrado individuo me hizo saber que uno de los guardas del cementerio se Saint-Guitton acababa de marcharse y que se buscaba a alguien que le sustituyese.
“¿Por qué iban a causarme miedo los muertos? ¡Me habían hecho sufrir tanto los vivos!… ¿Podrían ser los muertos más malvados?
“¿Le ocultaré mi alegría por haber sido bien acogido inmediatamente por los dos guardas restantes, que parecían tener plenos poderes sobre el cementerio y los asuntos que se relacionaban con él?
“No porque recibí en seguida vestidos secos yo comida. ¡Ah, pero qué comida! Anchas lonchas de carne, pasteles brillantes de miel, frituras tan abundantes como doradas.
“Ahora le diré algunas palabras sobre el cementerio de Saint-Guitton. Es un inmenso campo de reposo donde no se entierra ya a nadie desde hace veinte años. Las losas de las sepulturas están destrozadas, y sus inscripciones han sido roídas por las lluvias y los líquenes. Algunos monumentos funerarios están en ruina. Otros están hundidos parcialmente en la tierra y de ellos no emergen más que algunos centímetros de piedra gris. Una especie de maleza descolorida ha invadido las avenidas los senderos, y los céspedes son como junglas.
“El municipio, que es pobre y envía hora a sus muertos a reposar en el inmenso cementerio nuevo del Oeste, acariciaba la esperanza de convertir la vieja necrópoli en terrenos industriales.
“Pero los fabricantes no quisieron, porque eran tan supersticiosos como los habitantes de los alrededores, quienes, en cuanto cae la noche, se sientan ante la chimenea cargada de carbón de coque, escuchando al viento quejarse en los tejados del cementerio de Saint-Guitton, y se ponen a contar horribles historias de aparecidos.
“Hace ocho años, cambió la faz de las cosas.
“Poco tiempo antes de su muerte, la riquísima duquesa Opoltchenska, noble búlgara o rusa, propuso a la ciudad comprar el cementerio abandonado por una suma fantástica, con la condición de que ella pudiese tener allí su sepultura y fuese la última en ser inhumada.
“Añadió que el cementerio sería guardado, noche y día, por tres guardas, cuyos sueldos serían satisfechos gracias a un legado particular. Fueron designados para ese cargo dos de sus antiguos servidores, a los cuales se les uniría un tercero. Repito, la ciudad era pobre y aceptó la propuesta de buen grado.
“Inmediatamente una muchedumbre de obreros se dedicó a erigir en el rincón más apartado del cementerio un amplio mausoleo semejante a un palacete, cuya tapia circundante tenía una altura triple a la del mausoleo y erizada de alabardas de hierro.
“Apenas acabado, el mausoleo recibió los restos de la duquesa. La gente no había visto en esto más que un deseo de originalidad. La millonaria, enterrada con joyas de inmenso valor, quería poner su última morada al abrigo de los profanadores de tumbas.
“Y he aquí mi historia:
“Los dos guardas me hicieron una excelente acogida.
“Son dos colosos de cara de bulldog. Sin embargo, deben de ser personas excelentes porque vi su alegría y su enorme satisfacción ante mi buen apetito y solo los corazones sanos sonríen al apetito de los pobres.
“Al entrar en funciones, tuve que jurar el riguroso cumplimiento del reglamento: no abandonar el cementerio mientras durase mi contrato, un año, ni tener ninguna relación con el exterior, ni procurar tenerla. Después, no acercarme jamás al mausoleo de la duquesa.
“Velitcho, que está dedicado estrictamente a la vigilancia de este rincón del cementerio, me hizo saber que su consigna era disparar sobre quien se acercara a la tumba, fuera quien fuera.
“Al decir eso, apuntó indiferente su escopeta a una rama lejana de un álamo donde saltaba una sombra minúscula. Disparó y un montón de plumas salpicadas de azul voló por los aires.
“Velitcho era un tirador formidable.
“Lo demostraba, además, todos los días, porque el cementerio estaba poblado de conejos salvajes, de gruesas palomas torcaces de plumaje opalino, y hasta de faisanes, que huían, a veces, rápidos, en la sombra de las malezas.
“Ossip, el segundo guarda, el único que salía del cementerio para ir a comprar las provisiones, nos confeccionaba exquisitos platos de caza. ¡Oh, recuerdo una asombrosa gelatina de pollo, cuajada en un jugo dorado, que se derretía en la boca! Una untuosa crema de carnes tiernas; trufas, pistachos, pimientos y mantequilla fina.
“Mis días pasan comiendo y paseándome por el melancólico parque en que se ha convertido el cementerio.
“He pedido prestada una escopeta a Velitcho, pero como soy tan mal tirador no hago más que levantar, por aquí y por allá, un eco que pasa de largo, durante algunos segundos, por entre las olvidadas tumbas como si fuera una pobre queja.
“Por la noche, en nuestra salita de guardia, nos reunimos alrededor de una estufa cuyo ojo rojo de mica nos guiña maliciosamente.
“Afuera, nada más que el viento y las tinieblas Ossip y Velitcho hablan poco.
“Sus rostros, vueltos en sus tres cuartas partes hacia la alta ventana embadurnada de noche, parecen estar siempre a la escucha, y esas gruesas caras de perros de presa parecen reflejar la angustia.
“¿Por qué?
“Sonrío a la superstición de sus almas frustradas, y en esos momentos me considero superior a ellos. Sí, ¿por qué temer? Afuera no hay más que oscuridad, la oscuridad de las noches invernales, y la queja aguda del viento.
“A veces, alto, en el cielo, aves rapaces nocturnas gritan a la muerte, y cuando la luna se manifiesta, pequeña y brillante, en el rincón de la ventana más alta, oigo las piedras rajarse por la helada.
“Hacia medianoche, Ossip nos prepara una bebida caliente que él llama chur o skur.
“Es un brebaje casi negro, que huele bien a plantas exóticas. Lo bebo con un placer extremo; apenas sorbido el último trago, un calor exquisito me invade todo el cuerpo; experimento una sensación de bienestar inaudito, quisiera reír y hablar; pero ¿no sería para pedir una segunda taza? Mas me es imposible hacerlo, porque una rueda multicolor se pone a dar vueltas ante mis ojos y no tengo tiempo más que de meterme en la cama, un catre de campaña, y dormirme enseguida.
“No tengo miedo a la noche del cementerio. Lo que me invade es el aburrimiento, y eso me ha conducido a escribir mi diario o, mejor dicho, a anotar mis impresiones, porque no es un diario, propiamente hablando, lo que yo llevo, ya que no escribo en él ni el día ni el mes.
“De este cuaderno es de donde extraigo todos los pasajes referentes a mi extraordinaria aventura, señor juez de instrucción. No he querido obligarle a leer las poéticas descripciones de tumbas cubiertas de nieve, ni mis ideas sobre Grieg y sobre Wagner, ni mis preferencias literarias, ni mis lucubraciones filosóficas sobre el miedo y la soledad.


* * *


“¡Ossip y Velitcho me miman! ¡Qué admirables minutas!
“¡Con decir que el otro día, como no había mostrado el mismo apetito que de costumbre, observaron una preocupación casi ridícula!
“Velitcho reprochó a su compañero, en términos de exagerada violencia, el no haber cuidado la comida como todos los días.
“Después, Ossip no ha hecho más que consultarme sobre mis gustos y preferencias. ¡Ah, qué gente más atenta y simpática!
“Con este régimen debería engordar como una codorniz. Y no es así. Es curioso. Por momentos encuentro mi cara extremadamente desmejorada.


* * *


“Ayer tuve, por primera vez, sensación de miedo.
“Sin embargo, debo confesar que no había materia más que para un sobresalto desagradable.
“Cuando yo salía de una pequeña avenida, un grito espantoso desgarró el silencio. Me parece haber visto a Velitcho salir de la casa del guarda y meterse corriendo por entre la espesura.
“Cuando yo llegué al puesto, vi a Ossip vigilando atentamente las malezas en sombras. Al preguntarle qué había sido ese grito, me respondió que se trataba de un chorlito. Al día siguiente, Velitcho me enseñó uno que había matado.
“¡Extraña bestiecilla de inmenso pico, largo como una daga, y qué extraño grito para un pájaro, tan gracioso sin embargo!
“Me reí acariciando su plumaje ceniciento, pero mi risa sonó a falsa y mi sensación de angustia no se disipó completamente, como yo hubiese querido.


* * *


“Decididamente, mi salud no es tan excelente como debería ser. Sin embargo, como igual que un lobo y Ossip se excede. Pero por las mañanas una extraña torpeza me retiene en la cama, mientras el sol juega en los cristales, oigo los disparos de la escopeta de Velitcho y la barahúnda de las cacerolas de Ossip.
“Un dolor sordo me atenaza la piel detrás de la oreja izquierda. Al mirarme de cerca en el espejo, descubro una ligera rojez alrededor de un minúsculo hinchazón en carne viva. Es una llaguita de nada, pero me produce mucho daño…
“Hoy, cuando registraba las espesuras, a la busca de alguna paloma torcaz o de una chocha, algo se ha movido en las ramas próximas: he visto un espléndido faisán que empujaba con su fina cabeza por entre dos campanillas. Como la ocasión era estupenda, disparé. El animal, herido, huyó delante de mí con un ala colgando.
“Valerosamente, me lancé detrás de él y comenzó una persecución bastante larga. De pronto, me paré, abandonando mi presa. Acababa de oír una voz. Era ronca y llorosa. Palabras en un idioma desconocido sonaban casi suplicantes y lamentándose.
“Miré a mi alrededor. Tras una espesa valla de cipreses y de pinos se perfilaba una masa oscura: la tumba de la duquesa.
“Me hallaba en terreno prohibido.
“Recordando la advertencia de Velitcho, me batí en retirada, justo a tiempo de ver que este último salía del bosquecillo de coníferas con la cabeza desnuda y pálido como un muerto.
“Aquella noche, mientras le observaba, vi una larga estría lívida en la carne de su mejilla derecha. Me pareció que hacía verdaderos esfuerzos por ocultarla de mi vista.


* * *


“La medianoche no está lejos. Mis dos compañeros juegan a los dados. De pronto, mi corazón se para, helado de espanto. Cerca de la casa, muy cerca, el chorlito ha vuelto a gritar.
“¡Oh, qué espantoso chillido!
“Diríase que todo el cementerio de Saint-Guitton grita su horror.
“Velitcho se ha quedado inmóvil como una estatua, con el cubilete de cuero entre los dedos; Ossip, con un grito apagado, ha corrido hacia la hornilla donde se calentaba el chur. Me ha puesto la taza entre los dedos, y he visto que su mano temblaba…


* * *


“Ayer me estuve paseando a lo largo de la tapia que cerca el cementerio por el lado Este. Es un lugar siniestro donde jamás me había aventurado.
“Una alta valla de acebos atrajo mi atención. Iba de la tapia Este a la tapia Norte, clausurando así un trozo de terreno triangular que escapaba a mi vista.
“¿Qué extraña aprensión me hizo desear ver el espacio aislado de esta forma? Me fue muy difícil conseguirlo, porque la valla era espesa y cada hoja de acebo era una manita engarfiada que me laceraba la piel. No había nada en el cercado, aparte de ocho cruces, cuya vejez iba, por decirlo así, en graduación regular. Es decir, la primera estaba podrida y carcomida por las lluvias; la octava parecía muy reciente…
“Eran como sepulturas nuevas…
“Aquella noche tuve un sueño lleno de pesadillas. Tuve la impresión de un peso enorme aplastándome el pecho y, en mi torpeza, la llaga me hacía sufrir atrozmente.


* * *


“¡Oh, tengo miedo!
“Algo ocurre. ¿Cómo no me he dado cuenta antes?
“Ni Ossip ni Velitcho beben el chur. Esta mañana se han dejado olvidadas las tres tazas sobre la mesa y solo la mía contenía restos del brebaje. ¡Las de ellos estaban limpias!
“¡Debo dormir!


* * *


“Pero esta noche quiero permanecer despierto; quiero ver. He bebido el chur. Me he acostado en la cama de campaña. No quiero dormir, no quiero, con toda mi voluntad, con todas las fuerzas de mi cerebro. ¡Oh, qué terrible lucha contra este sueño de plomo y de hierro!
“Ossip y Velitcho me miran. Creen que duermo. Resistiré todavía un minuto, un segundo quizá…
“¡Horror! El cholito ha gritado cerca de la ventana…
“¡Oh, qué cosa tan atroz, tan espantosa, ha ocurrido!… ¡Allí…, contra el cristal, se ha pegado un rostro infernal!… Terribles ojos vidriosos, ojos de cadáver, cabellos de un blanco de nieve, erizados como lanzas, y una boca inmensa riéndose burlona y dejando al descubierto unos dientes negros, una boca roja como de fuego o como de sangre fresca que mana. Luego, la rueda de fuego ha empezado a dar vueltas en mi cabeza, el sueño se ha apoderado de mí… ¡y las pesadillas!


* * *


“Bebo el chur. Lo bebo todas las noches. Ellos me guardan como tigres y siento que todas las noches pasa algo, algo atroz.
“¿Qué? Lo ignoro. Ya no puedo pensar. No puedo más que sufrir…
“¿Qué fuerza misteriosa me ha empujado de nuevo hacia el cercado de las cruces?
“Cuando me disponía a partir, mis ojos se han fijado en un trozo de madera que sobresalía de la tierra junto a la octava cruz. Maquinalmente lo he retirado; era una tabla que llevaba escritas torpemente algunas palabras.
“La inscripción estaba muy estropeada, pero pude leer:
Amigo: si no puedes huir, este será el lugar de tu tumba. Ya han matado a siete. Yo seré el octavo, porque ya no tengo fuerzas. Yo no sé qué pasa aquí. Es un horrible misterio. ¡Huye!
PIERRE BRUNEN.
“¡Pierre Brunen! Ahora recuerdo: es el nombre de mi antecesor. Las ocho cruces indican las ocho tumbas de los guardas adjuntos que se han sucedido desde hace ocho años…


* * *


“He intentado huir. Escalé la tapia Norte por un lugar en el que había descubierto algunas irregularidades.
“Ya se acercaban a mí las alabardas de la cima cuando, de pronto, a dos centímetros de mi mano, estalló una piedra, luego otra, luego otra más. En la parte baja de la tapia, Velitcho me apuntaba fríamente con su escopeta, y sus ojos tenían el brillo helado del metal, el de las campanas que doblan a muerto.
“He vuelto al cercado de cruces. Al lado de la de Brunen han cavado una fosa recientemente. Es mi tumba.
“¡Oh, huir! ¡Sufrir hambre y frío a lo largo de las carreteras hostiles, pero no morir en este misterio, en este horror!
“Pero ellos me guardan, y sus miradas se remachan a mis pasos como cadenas.


* * *


“He hecho un descubrimiento. Quizá sea la salvación. Ossip vierte en el chur el contenido de una redoma oscura.
“¿Dónde la esconderá?


* * *


“¡He encontrado la redoma!
“He vertido su contenido, un líquido incoloro de olor dulzón, en el té de ellos.
“Actuaré esta noche.
“¿Lo beberán? ¡Mi corazón, mi pobre corazón, cómo palpita!”
“¡Beben! ¡Beben! Y yo tengo el sol dentro de mi alma.
“Ossip ha sido el primero en dormirse. Velitcho me ha mirado con inmenso asombro; luego, un feroz fulgor ha pasado por sus ojos y su mano ha buscado el revólver, pero no ha podido terminar el ademán. Cayó dormido sobre la mesa.
“Cogí las llaves de Ossip; pero cuando abría la pesada puerta del cementerio, me vino la idea de que mi tarea no estaba concluida, que había a mi espalda un enigma que resolver y ocho muertos que vengar, y que si quedaban vivos los dos guardas, me vería sujeto, tal vez, a infernales persecuciones.
“Volví sobre mis pasos, cogí el revólver de Velitcho, apliqué el cañón detrás de la oreja de los guardas y allí, en el mismo sitio donde tanto me hacía sufrir mi llaga, disparé.
“Ni se movieron.
“Solo Ossip tuvo un gran estremecimiento.
“Y solo, sentado junto a los cadáveres, espero el misterio de la noche.
“Sobre la mesa dispuse las tres tazas, como todas las noches.
“Les puse a los guardas las gorras en sus cabezas para que taparan la mancha roja. Vistos desde la ventana diríase que duermen.
“Empieza la espera. ¡Oh, qué lentamente se deslizan las manecillas del reloj hacia la medianoche, la antigua hora terrible del chur!
“La sangre de los muertos cae, gota a gota, sobre las baldosas con suave ruidito, como el de las hojas escurriéndose tras un chaparrón primaveral.
“Y el chorlito ha chillado…
“Me he acostado en mi cama de campaña y he fingido dormir.
“Y el chorlito ha chillado más cerca.
“Algo ha rozado los cristales.
“Silencio…
“La puerta se ha abierto muy suavemente.
“Alguien, o algo, ha entrado en la habitación.
“¡Qué atroz olor cadavérico!
“Se deslizan pasos hacia mi camastro…
“Y, de pronto, un peso formidable me aplasta.
“Dientes afilados muerden mi dolorosa llaga y espantosos labios helados succionan golosamente mi sangre.
“Me incorporo, aullando.
“Y un aullido más espantoso que el mío me responde.
“¡Ah, la espantosa visión! ¡Y cómo me han sido precisas todas mis fuerzas para no desfallecer!
“A dos pasos de mi cara, el rostro de pesadilla, aparecido otras veces en la ventana, me mira con ojos de llama, y de su boca, terriblemente roja, se escapa un hilillo de sangre. ¡Mi sangre!
“He comprendido. La duquesa Opolchenka, procedente de un país misterioso donde no se ha podido negar la existencia de los vampiros y los llamures, ha prolongado su perra vida bebiendo la sangre joven de ocho desgraciados guardas.
“Su estupor no duró más de un segundo. De un salto cayó sobre mí. Sus manos se engarfiaron en mi cuello.
“Rápidamente, el revólver escupió sus últimas balas, y con un gran hipo, que salpicó las paredes de sangre negra, la vampiro se derrumbó sobre el suelo.


* * *


“Esta es la razón, señor juez de instrucción, de por qué, junto a los cadáveres de Velitcho y Ossip, encontrará usted el de la duquesa Opoltchenka, muerta hace ocho años y enterrada en el cementerio de Saint Guitton.

 


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