El
hombre parece inquieto, la mujer que lo acompaña acuna a un bebé
envuelto en una manta. Verlos en el andén sin equipaje, ni siquiera
un bolso de mano, resulta turbador. Se oye el pitido del tren que se
aproxima a la estación y la mujer avanza hacia las vías con pasos
lentos pero decididos. El aire se congela mientras ella se asoma
sobre las vías como si buscara el mejor lugar para lo que ya se
intuye inevitable. El bebé rompe el silencio con un llanto
premonitorio. El silbido se intensifica y adopta una intermitencia
familiar. Me aparta bruscamente de la escena y me lleva en vuelo
fulminante al bip bip del teléfono móvil, que siempre suena puntual
cuando estoy intentando tener una pesadilla.
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