Era la mujer más dulce del mundo. Nunca imaginé que, precisamente por eso, nuestra relación no sobreviviría al otoño. Cuando comenzó a llover y le pedí que nos quedásemos en el parque, me miró completamente aterrorizada, intentando correr a guarecerse.
-Da igual que nos mojemos. No estamos hechos de azúcar –insistí, aferrando su mano.
-Tú no –acertó a decir antes de que el aguacero se la llevara de mi lado para siempre.
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