El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un
libro cuya única señal era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas
de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó en que había nacido día
siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete
y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la
carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la
señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus
ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego
llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico en la
ventanilla siete. Sentóse —sin darse cuenta— en la butaca siete de la fila
siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de pie uniformemente
y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con serenidad. El
caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la
vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo
siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete.
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