Hace veinte años que España reina sobre Portugal y
todas sus colonias, de
modo que puede un español pasearse por el mundo sin
pisar tierra extranjera.
Pero España es la nación más cara de Europa: produce
cada vez menos cosas
y cada vez más monedas. De los treinta y cinco millones
de escudos nacidos hace seis años, no queda ni la sombra. No son alentadores
los datos que acaba de publicar aquí don Martín González de Cellorigo en su Memorial de la política necesaria: por
obra del azar y de la herencia, cada español que trabaja mantiene a treinta.
Para los rentistas, trabajar es pecado. Los hidalgos tienen por campo de
batalla las alcobas; y crecen en España menos árboles que frailes y mendigos.
Camino de Génova marchan las galeras cargadas con la
plata de América. Ni
el aroma dejan en España los metales que llegan
desde México y el Perú. Tal parece que la hazaña de la conquista hubiera sido
cumplida por los mercaderes y los banqueros alemanes, genoveses, franceses y
flamencos.
Vive en Valladolid un muchacho cojitranco y miope, puro
de sangre y con
espada y lengua de mucho filo. Por la noche,
mientras el paje le arranca las botas, medita coplas. A la mañana siguiente se
deslizan las serpientes por debajo de los portones del palacio real.
Con la cabeza hundida en la almohada, el joven
Francisco de Quevedo y
Villegas piensa en quien al cobarde hace guerrero y
ablanda al juez más severo; y maldiciendo este oficio de poeta se alza en la
cama, se restriega los ojos, arrima la lámpara y de un tirón se saca de adentro
los versos que no lo dejan dormir. Hablan los versos de don Dinero, que nace en
las Indias honrado, donde el mundo le acompaña, viene a morir en España y es en
Génova enterrado.
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