Llegó sofocada. Pálida pero radiante. Me dijo que
venía de casa de Laura. Que habían visto una peli comiendo palomitas hechas en
el microondas. Que tendríamos que comprar maíz porque es muy guay ver las pelis
como en el cine.
Bajé las gafas de leer por el tobogán de mi nariz y
arqueé la ceja izquierda sobre la montura de pasta. Que qué tal me había ido el
día, me soltó el perfil de su silueta mientras se esfumaba hacia su habitación.
Cerré el libro dejando mi mano atrapada por el cepo
de papel. La boca acompañó a la ceja en su movimiento ascendente. Bien. Luego
se derrumbó todo el conjunto. No pregunté nada. Desde la primera explicación no
pedida, supe que ese día había sido la protagonista de alguna escena crucial en
su propia película, romántica o de terror. Que iba a ser rebobinada mil veces.
Y que yo no estaba invitada al primer pase.
Que quedaba inaugurado el tiempo del pudor, por su
parte. La temporada de comer palomitas y morderme la lengua, por la mía.
Y que mi niña estaba perfectamente equipada para
construir un afilado y reluciente cuchillo hecho de pretextos, disimulos y
mentiras, con cuyo filo cortaría de forma implacable y definitiva el
sanguinolento cordón.
¡Gracias por publicar mi micro en tu blog!
ResponderEliminar¡Gracias a ti! El micro es precioso.
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