Un perro enorme, de tres cabezas y cola de serpiente
hace las delicias del público con pruebas nunca vistas. ¿De dónde lo sacaron?
pregunta un niño. Es un hombre disfrazado, le asegura su madre. O tal vez
dos.
El perro camina con las patas de atrás, baila al
compás de la orquesta, fuma cigarros y adivina el nombre y la fecha de
nacimiento de cualquiera de los espectadores. Adivina o sabe también la fecha
de muerte, pero no la dice.
El público se divierte. Son pocos los que recuerdan,
confusamente, las dificultades del camino. Ese arroyo tan crecido que debieron
atravesar para llegar al circo, ese viejo mudo y sombrío que manejaba la balsa
para cruzar los automóviles y que sólo aceptaba una moneda como pago...¿Cómo se
llamaba el río? ¿Por qué quedaba tan lejos el circo?
Todo lo sabrán después de la función, cuando traten
de salir de la carpa y encuentren al perro en la entrada, silencioso y feroz,
mostrando los dientes de sus tres fauces. Sólo entonces notarán, en las tres
cabezas del Can Cerbero, la mirada fatal de esos seis ojos sanguinolentos y
crueles.
Terrible peton
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