María Antonieta no vio nada. La tela negra envolvía
su cabeza. Lo que podía era escuchar los insultos y los gritos. Muchos alaridos
que crecían o disminuían como si a su alrededor pasaran cosas, cosas que ella
no veía y que llevaban al populacho a gritar o a callar. La posición la
incomodaba, de rodillas, inclinada, como cuando la recibía el rey en audiencia
o se le entregaba al conde sueco que tanto placer le regaló en palacio. El
zumbido chirriante le llamó la atención por sobre los aullidos y aunque estos
se hicieron frenéticos, siguió concentrada en el ruido. Quiso tragar saliva y
entonces no pudo. Comenzó a girar.
Todo le dio vuelta y aunque no pudo ver nada, sintió que rodaba por una escalera.
Cuando trató de detener los trompos, comprendió que ya no tenía cuerpo.
Todo le dio vuelta y aunque no pudo ver nada, sintió que rodaba por una escalera.
Cuando trató de detener los trompos, comprendió que ya no tenía cuerpo.
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