Varios gauchos en la pulpería conversan sobre temas
de escritura y de fonética. El santiagueño Albarracín no sabe leer ni escribir,
pero supone que Cabrera ignora su analfabetismo; afirma que la palabra “trara”
no puede escribirse. Crisanto Cabrera, también analfabeto, sostiene que todo lo
que se habla puede ser escrito.
-Pago la copa para todos -le dice el santiagueño- si
escribe trara.
-Se la juego -contesta Cabrera; saca el cuchillo y
con la punta traza unos garabatos en el piso de tierra.
De atrás se asoma el viejo Álvarez, mira el suelo y
sentencia:
-Clarito, trara.
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