La
plaza estaba a reventar cuando salió al ruedo con ese garbo y empuje que lo
había acompañado toda la vida. Cuando el bicho se le puso al frente, él hizo lo
que sabía y enseguida le pareció que el aire se humedecía con una lluvia de
aplausos. A la hora de matar, apuntó bien y pinchó en las costillas. El bicho
dio una voltereta y cayó sobre la arena con el traje desgarrado.
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