sábado, 14 de marzo de 2020

Osácar. Gabriel de Biurrun.

Osácar era azul marino, suave, medio calvo y del tamaño de un niño de dos años. Más que un oso, parecía un cordero maltrecho, hijo de tortuga y gusarapo. Guiñaba un ojo desde que perdió el botón, y la tela de su cabeza tenía bolsas de besos sobados, de mordiscos contenidos.
El día que aprendió a no volar, alguien se asustó al verlo salir por la ventana, expulsado de las camas y de las colchas por ser foco de pulgas. Tocó el suelo con la levedad del peluche, con el ruido que haría un puñado de arroz; mientras la gente sonreía aliviada. Luego miró alrededor y reventó hastiado en un millón de litros de mocos, de babas y de lágrimas nuestras, que había guardado con todo el cariño.

 

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