Millares de miradas han desaparecido.
Sin saber por qué. Me llaman.
Están llenas de pena.
De humillación.
Encendidas por el hambre.
Apagadas por la sed.
La mirada crispada de una compañera con los colmillos de un perro hundidos en la carne.
Pierde la vida con cada paso.
La mirada aniquilada de otra que muere a palos.
Centenares de miradas que se apagan, exhaustas por largas horas de recuentos.
En millares de rostros perdidos, el abatimiento de una vida abortada demasiado pronto.
Los camiones llegan y se marchan por las largas avenidas de la desesperación.
Llenos de vidas amontonadas con ojos de más allá.
Las manos tendidas, descarnadas, se aferran a la vida con gritos perdidos.
La chimenea crepita.
El cielo está bajo y gris y amarillo.
Respiramos sus cenizas dispersadas al viento.
Treinta años después
perforo, conmovida, el espeso muro de mi memoria.
Para que todas esas miradas
que mendigan esperanza
no se conviertan
en
polvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario