Un
día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia,
escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde
del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y
lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el
suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras,
hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza.
lunes, 8 de junio de 2020
El niño que no sabía jugar. Ana María Matute.
Había
un niño que no sabía jugar. La madre le miraba desde la ventana ir
y venir por los caminillos de tierra con las manos quietas, como
caídas a los dos lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de colores
chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus
ruedecillas, no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba
al jardín, a la tierra sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy
limpias, pendientes junto al cuerpo como dos extrañas campanillas
mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y venía con una
sombra entre los ojos. «Si al niño le gustara jugar yo no tendría
frío mirándole ir y venir». Pero el padre decía, con alegría:
«No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa».
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