Viajan
solos, aunque les han correspondido asientos contiguos. Él empuja su
bolso rojo y gastado hacia el fondo del portaequipajes y hace sitio
para la maleta de ella, que se lo agradece con una sonrisa. No hablan
en sus asientos, pero por casualidad vuelven a coincidir más tarde
en el vagón cafetería y sonríen. Él insiste en invitarla a un
café, ella lo acepta. Charlan. Descubren que su estación de destino
es la misma. Vuelven a sus asientos (ahora el compartimento ha
quedado vacío para ellos dos) y hablan de la ciudad a la que se
dirigen, del futuro que esperan, nunca de lo que dejan atrás. Hay
miradas sostenidas entre ellos, hay un roce de las manos, hay un
gesto de asentimiento casi imperceptible y luego los labios que se
juntan.
Así
los encuentran los policías que, minutos más tarde, irrumpen en el
compartimento sin llamar. A ellos dos el sobresalto les hace
abrazarse más estrechamente. Los agentes murmuran una excusa antes
de cerrar la puerta y continuar buscando al criminal por todo el
tren. La descripción es demasiado vaga: viaja solo, con un bolso
rojo muy gastado, y es capaz de cualquier cosa.
Esta noche te cuento, septiembre 2018.
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